No imagino qué interés suscitarán en el cielo las ya muy próximas Olimpiadas. De seguro que al Creador, a ese magnífico Artista de los cuerpos humanos, se le escapará muchas veces la mirada al descubrir las posibilidades que muestran sus cuerpos de última generación. Él conoce a fondo su obra. Lleva siglos y siglos muy atento a ella y en el proceso eco-evolutivo va perfeccionándola y abriéndola a nuevas posibilidades. Tanto interés muestra por el cuerpo humano, que le ha prometido la resurrección.
Cada cuatro años los seres humanos nos ponemos de acuerdo para realizar ese gran festival competitivo que son las Olimpiadas. Más allá del cúmulo de intereses que un acontecimiento como éste genera, la realidad más palmaria está en la gran exhibición de cuerpos atléticos mostrando su velocidad, su resistencia, su capacidad de competición. su capacidad de saltar y volar, su resistencia ante el peso, su fantasía individual y colectiva… Y es que las Olimpiadas son como una gran muestra de las posibilidades lúdicas, artísticas, competitivas -hasta los límites de resistencia- del cuerpo humano.
El Creador no puede quedarse indiferente ante un fenómeno así. Sabe muy bien que los cuerpos son naturaleza, pero también cultura, que son materia, pero también espíritu. No se muestran únicamente cuerpos, sino que en ellos se encarnan también espíritus poderosos, intencionalidades que no sucumben ante la adversidad. Detrás de cada cuerpo en éxtasis olímpico hay toda una historia ascética y de constancia que impresionan. El Espíritu de seguro ha sido el asistente y consejero, el entrenador secreto, la fuerza que ha impedido desistir.
Los cuerpos femeninos y masculinos nos darán sus recitales diversos y convergentes. Un intencionado paralelismo nos irá mostrando cómo la eco-evolución y las culturas modelan la corporeidad plural de la especie humana.
Representantes de las naciones, de muchas naciones, se han dado cita en Pekín. En estos días China se convertirá en el centro del mundo y también en objeto preferido de las miradas del Creador. China será sin duda nuestro espacio común, nuestra aldea global, el lugar de encuentro, el gran sacramento de los cuerpos humanos. Ya sé que algunas personas hablan de “las Olimpiadas de la vergüenza” y achacan su celebración únicamente a intereses económicos. Para quienes así piensan, probablemente cualquier Olimpiada, celebrada en la tierra, sería “olimpiada de la vergüenza”. ¿Qué nación puede presumir de bondad, de absoluta democracia? La gran ciudadanía del pueblo chino merece un gran respeto y un gracias enorme por haber acogido este gran acontecimiento.
El Creador no da puntada sin hilo. Él sabrá qué hacer con esta gran concentración de naciones que contribuyen al festival de los cuerpos y con la nación anfitriona. Pero de seguro, que un acontecimiento así a nadie dejará indiferente. Poco a poco la humanidad se reune, se vuelve intercultural y amiga.
Por eso, un acontecimiento así suscita la indignación de las fuerzas del mal. De alguna manera querrán hacerse presentes o con el terror, o la crítica acerba, o la envidia destructiva. Y es que el Dragón apocalíptico se vuelve voraz y asesino cuando ve un cuerpo que nace.
De seguro que en el cielo, no será únicamente el Abbá Creador quien contemple y siga las Olimpiadas que muestran su poder y su arte; de seguro que esa gran comunidad -olímpica donde las haya-, de cuerpos resucitados y perennes, también le acompaña. Tal vez se interrumpa el horario eterno para dar cabida al espectáculo en directo. Supongo la de vivas que acaparará el Creador ante la exhibición de tantos “cuerpos de nueva generación”. Si fuera verdad eso de “en la tierra como en el cielo”, nos daríamos cuenta de que los aplausos y admiración que irá acompañando el desarrollo de estos juegos, al fin y al cabo son aleluyas mundiales al Creador. Que sus Ángeles impidan las fechorías del Maligno y vivamos estos días en paz.
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