Ha sido un gran acierto proponer una Jornada Mundial de la Juventud centrada en el Espíritu, en nuestra Santa Ruah. Es ella la Ruah del Abbá y de Jesús Resucitado, la Presencia divina en todo el cosmos, en toda tierra, en todo ser humano.
El Abbá exhaló su aliento y “fueron creadas todas las cosas”. Todas las realidades que constituyen nuestro cosmos llevan el aliento, la exhalación del Espíritu del Abbá.
Decía por eso, muy acertadamente, mi admirado teólogo Xavier Durrwell que toda realidad tiene condición “filial”. Ha surgido de la maravillosa e inimaginaqble fecundidad del Abbá. En el rostro de cada ser humano, de cada mujer, de cada varón, se detecta esa condición filial, esa referencia necesaria al Abbá. En todos nosotros, seamos del pueblo que seamos, de la religión que seamos, de la raza que seamos, está como contenida la exhalación del Abbá que en cada momento nos recrea y nos mantiene en el ser.
También Jesús resucitado “exhala” la santa Ruah; comparte la exhalación divina y nos re-crea, nos potencia, nos hace “suyos”. Quienes compartimos el Espíritu de Jesús somos uno con Él. El Espíritu que Jesús nos transmite tiene fuerza de vida eterna, nos saca de la muerte, nos hace revivir.
Cuando el Abbá y el Hijo exhalan el Espíritu todo, todo, cobra vida, nace y renace, existe y supera las fuerzas de la muerte. Es la Santa Ruah ese Aliento permanente del Abbá y del Hijo que nos hace vivir en abundancia.
Pero no hay exhalación sin inhalación. El aliento del Abbá nos pide ser acogido, inhalado, integrado en el dinamismo de esa vida que se nos da. Dejando que el Aliento del Abbá y del Hijo nos penetre, nos vuelve también a nosotros inhaladores y exhaladores. El Espíritu nos alía, nos hece entrar en una maravillosa “perichóresis” de amor, de comunicación permanente con el Abbá y el Hijo.
Desconocer al Espíritu es desconocer al Abbá y a Jesús. Más todavía: es desconocernos a nosotros mismos. ¿Quién es un ser humano que desconoce el espíritu que lo habita y el Gran Espíritu en el que habitamos? Gracias a Dios los movimientos de la renovación carismática, a las teologías integradoras de la espiritualidad, gracias a los movimientos estéticos, artísticos, a las nuevas búsquedas de espiritualidad, al descubrimiento de nuevos valores, el Espíritu está siendo cada vez más reconocido y acogido.
Una juventud que acoja los alientos del Espíritu, que esté atenta a las señales del Espíritu en nuestro tiempo, será una juventud creadora, innovadora, feliz, libre, generosa, misionera, apasionada. Se nos pide que no tengamos miedo a Cristo, pero habría también que añadir que no tengamos miedo al Espíritu. El Espíritu nos da miedo porque no sabemos de dónde viene ni hacia dónde va. El Espíritu nos da miedo porque nos arrebata las seguridades de siempre, porque nos introduce por caminos no recorridos.
Cuando en ICLA (Institute for Consacrated Life in Asia) dirigí un curso sobre el Espíritu Santo a unos 180 alumnos y alumnas de Filipinas, China, Vietnam, Corea, Indonesia, India, Thailandia, Myanmar, Pakistán, Malasia, Japón, México, percibí todos aquellos hombres y mujeres jóvenes iban día tras día dejándose cautivar por el misterio del Espíritu Santo. Iniciábamos nuestras clases cantando el “Veni Creator Spiritus” o una de las preciosas catequesis sobre cada uno de los dones del Espíritu que el Papa Juan Pablo II propuso en la mitad de su pontificado.
Una juventud movida por el Espíritu es imparable. Confiar en la fuerza del Espíritu implica desconfiar un poco más de nuestras normas y leyes, de nuestros puntos de vista. Supone mandar menos y orar más.
El Espíritu es de tal poderío que es ahí, en el ámbito de la espiritualidad, donde los “malos espíritus” dan la guerra. En el evangelio del domingo 16 del ciclo B, que proclamábamos ayer, Jesús nos alertaba contra la impaciencia por arrancar la cizaña, no vaya a ser que arranquemos al mismo tiempo el trigo. El discernimiento de Espíritus sigue siendo una de las tareas más necesarias. Cuando una persona se da “demasiado” la razón a sí misma, cuando uno es fácil para condenar “a los otros”, pero nunca a sí mismo, una iglesia que denuncia a los demás, pero no se denuncia a sí misma, se está privando del don del discernimiento y puede llegar a confundir los espíritus. Decía Jesús que confundir al Espíritu Santo con Beelzebú, el príncipe de los demonios, es un pecado que no tiene perdón de Dios.
Es evidente que algo profundamente diabólico hay en aquellos presbíteros y religiosos que se han dejado llevar por la pederastia. Es claro que esa utilización sádica, desmesurada, criminal del “poder” y de la “sexualidad” muestra hasta dónde puede llegar en un ministro ordenado o en una persona de religión el espíritu diabólico. Las palabras del Papa diciendo que se les entregue a la justicia, me parecen bien. Pero ¿no tendrá que hacer nada el sistema eclesial para evitar estas monstruosidades? ¿no habrá que estudiar más a fondo si nuestras formas de entender y utilizar el “poder” no llevan a tales atrocidades? ¿Qué es lo que hace estallar de manera tan monstruosa la sexualidad reprimida? Pienso también en los culpables: ¿habrá para ellos restauración, perdón, posibilidad de reparación? ¿O deberán ser abandonados como nuevos leprosos, encarcelados, repudiados para siempre?
La Santa Ruah, el aliento del Abbá y de Jesús, siguen dando vida a nuestro mundo. Hay Alianza de Amor y deseos de que respiremos juntos. Que los millones de jóvenes que habitan el planeta puedan de una u otra manera utilizar esta gran “Respiración del Mundo”, que es la Santa Ruah.
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