En este último domingo de Adviento, reflexionamos sobre el poder transformador de un simple saludo. Saludar, como indica la palabra, implica un deseo de “salud” y “vida” para el otro. Es como decir: “¡Que tengas vida en abundancia!”. Este deseo de salud es también una oración al Autor de la Vida, haciendo de cada saludo un acto sagrado.
Dividiré esta homilía en cuatro partes:
- El saludo de María
- El himno-respuesta de Isabel
- El trasfondo del encuentro de las dos mujeres-madre.
- ¿Por qué Jesús nos pidió “no negar el saludo a nadie”?
El saludo de María
Las palabras de María, cargadas de energía poderosa, son “dabar” – acontecimiento, como decían los hebreos. Esta palabra vigorosa transforma a Isabel, llenándola del Espíritu Santo.
El Evangelio de Lucas nos presenta la fuerza imprevisible de un saludo. María, portadora de la Vida divina, entra en casa de Zacarías y saluda a Isabel. No es un saludo convencional, sino un deseo profundo de vida para su pariente anciana, que ha concebido tras años de esterilidad.
Se produce una admirable comunicación entre el Espíritu que habita en María e Isabel, la antes estéril, ahora fecunda y morada del Espíritu.
El himno-respuesta de Isabel
Isabel, llena del Espíritu, responde con energía. Su palabra se vuelve profética, bendiciendo a María y al fruto de su vientre.
Para los hebreos, la bendición del vientre era primordial, pues un vientre estéril se consideraba una maldición. El salmo 127 celebra esta bendición:
“La herencia del Señor son los hijos; su salario, el fruto del vientre”.
El saludo de María provoca un segundo efecto: el niño en el vientre de Isabel salta de alegría – “agallíasis” en griego – la alegría de la victoria final.
Los Santos Padres interpretaban este momento como la santificación de Juan el Bautista en el seno materno.
El trasfondo del encuentro de las dos mujeres-madres
La carta a los Hebreos interpreta este encuentro como la entrada de Jesús, el Mesías, en el mundo. Él llega como la ofrenda más agradable a Dios, superando el sistema de sacrificios del Templo. El hijo de María cumplirá la voluntad de Dios, santificándonos a todos por la oblación de su cuerpo.
Miqueas profetiza que este acontecimiento ocurrirá en una pequeña aldea de Judá. La madre dará a luz al pastor de Israel, trayendo paz y unión entre los hermanos.
¿Porqué Jesús nos pidió “no negar el saludo a nadie”?
Jesús nos enseñó a no negar el saludo a nadie: “Si solo saludáis a los que os saludan, ¿qué mérito tenéis?” (Mt 5,46-47).
El saludo inaugura la llegada de la vida y la buena noticia. Como María, los discípulos de Jesús deben salir presurosos a anunciar el Evangelio.
Reflexionemos: ¿Qué estamos haciendo con nuestros saludos? ¿Transmiten vida? ¿Somos conscientes de nuestro poder para dar vida a los demás? Quien está lleno de Espíritu, transmite espíritu; quien está vacío, solo formalismo.
Conclusión
Como dijo el poeta John O’Donohue:
“Un saludo puede ser un misterio, una manera de tender un puente y tocar la vida de otro ser humano”.
Este último domingo de Adviento nos enseña cómo saluda un mensajero de esperanza: sus saludos estremecen, cambian vidas y abren puertas a la novedad esperada.
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