ALEGRÍA Y GRATUIDAD: CÓMPLICES DE LA PROVIDENCIA PARA UN FUTURO SOSTENIBLE

(Ofrezco aquí el texto de una conferencia que pronuncié para el Grup Sant Jordi de promoció i defensa dels drets humans en Barcelona, el 16 de noviembre de 2024 – ahora la introducción y la primera parte).

Imaginen por un momento un mundo donde la alegría fuera tan contagiosa como una sonrisa, y la generosidad tan natural como respirar. ¿Pueden visualizarlo? Ahora, permítanme hacerles una pregunta: ¿Qué pasaría si les dijera que ese mundo no es una utopía lejana, sino una posibilidad real que está al alcance de nuestras manos?”. A este sueño responde el título escogido para esta conferencia: “Alegría y Gratuidad: cómplices de la Providencia para un futuro sostenible”.

En la conferencia anterior hemos sido introducidos en ese sueño desde la perspectiva bíblica. Ahora exploraremos cómo estos dos elementos, aparentemente simples “Alegría y Gratuidad” pueden ser las claves para construir un mundo más justo, más humano y sostenible. Descubriremos juntos cómo la alegría puede ser una fuerza transformadora en nuestras vidas y comunidades. Analizaremos el poder revolucionario de la gratuidad en una sociedad obsesionada con el valor monetario y contagiada por el narcisismo. Y, lo más importante, veremos cómo estos dos conceptos, trabajando en complicidad con la Providencia de Dios, pueden ser los cimientos de un futuro verdaderamente sostenible. Ese es el sueño de personas que cultivan esperanza donde otros solo ven árido paisaje, que tejen sueños verdes con hilos de coraje, transformando lo imposible en un horizonte posible.  

Con estos presupuestos, les invito a situarnos en tres escenarios diferentes e interconectados: el escenario de la Alegría, el escenario de la “gratuidad” y el escenario de “la Providencia” que, con nuestra complicidad, genera sostenibilidad y esperanza.

I. El primer escenario:  la “Alegría”

En un mundo marcado por la tristeza y la incertidumbre, hablar de alegría puede parecer paradójico, incluso insolente. Y es que vivimos en un mundo triste… amenazado, poco “sostenible” y como dejado de la Providencia. Siempre aparecen nuevas amenazas naturales, conflictos y guerras y el temor de una carrera nuclear, que acabe con todo: el maltrato de nuestro planeta, las guerras y conflictos, el partidismo político, las reivindicaciones identitarias, las masas empobrecidas que pueblan nuestro planeta, las pandemias…  

 Vivimos tal vez en una iglesia triste o entristecida y en una especie de depresión cuya gravedad sobrepasa todas las crisis anteriores: las denuncias de abusos sexuales, abusos de poder, abusos económicos, la desmitificación de figuras carismáticas que ha socavado de forma inédita la credibilidad y la confianza en la institución y la adhesión a los dogmas oficiales. Hay lamentos bíblicos que bien podrían expresar esta situación:

“Se acabó el gozo de nuestros corazones, nuestra danza se ha cambiado en duelo”(Jr 5,15).

Sin embargo, es precisamente en estos tiempos cuando más debemos hacer de la “alegría” nuestra arma más poderosa. La alegría es una fuerza vital que nos impulsa y nos transforma: No es ajena al sufrimiento ni a las dificultades. Pero es -en medio de las pruebas- donde a menudo descubrimos su verdadera esencia. La alegría cristiana se inició cuando el ángel Gabriel le dijo a María:

“Alégrate, agraciada, que el Señor está contigo”.

Lejos de proponer aquí cualquier definición de alegría u ofrecer recetas para estar alegres intentaré señalar algunas de sus características: profundidad y expansión, paradoja, don y tarea, testigos de la alegría “a pesar de todo” y su horizonte apocalíptico.

La verdadera alegría es una experiencia profunda y trascendental, no superficial. Se encuentra en la búsqueda sincera de Dios y emerge en los momentos límite de nuestras vidas, cuando nos acercamos a la verdad, la bondad, la belleza y el amor. Esta alegría es como un tesoro oculto en nuestro interior que debemos descubrir. La Palabra de Dios nos exhorta a buscarla activamente, prometiendo que quienes lo hagan la encontrarán.

No es solo una experiencia individual, sino que tiene el poder de expandirse y transformar todo lo que toca. En su expresión más plena, la alegría se convierte en una fuerza cósmica que abarca toda la creación. Hace que el cielo se regocije, la tierra exulte, las montañas canten y las estrellas dancen. Es una invitación universal a celebrar la vida y la presencia divina en todas las cosas.

La alegría que Jesús ofrece puede coexistir con el dolor más intenso. La alegría no niega el sufrimiento, pero sí lo transforma. Jesús la comparó a la mujer que da a luz y en medio del dolor emerge en ella una alegría incontenible por la nueva vida que llega al mundo (cf. Jn 16,21). También san Pablo “rebosaba de gozo en todas sus tribulaciones” (2 Cor 7,4) pues era Dios su consuelo (2 Cor 1,4). Francisco de Asís denominaba esta paradoja de la alegría como la “alegría perfecta”[1]. Esta fue la revolución que Jesús trajo: una alegría que no depende de las circunstancias externas, sino que brota del interior, como un manantial inagotable. La alegría cristiana no es ingenua, ni ignora el dolor del mundo, sino que nace en el corazón del dolor y lo transfigura. Y nos invita a ser testigos de ella …a pesar de todo.

 La alegría verdadera nos llega como un regalo, no se fabrica ni se compra; es uno de los frutos del Espíritu Santo (Gal 5,22-23), que nos llega “como una visitación, como un evangelio”. La alegría es también tarea: hay que buscarla -en la creación, en la Palabra de Dios, en las relaciones auténticas de amistad o de perdón que tejemos, en la actividad creadora y artística; y allí se encuentra y allí debe ser cultivada.   

  • La alegría cristiana no es solitaria.

Tiene el poder de convocar, de invitar, de crear comunidad. Es como Jerusalén, “la capital de la alegría”, “el colmo de mi gozo” (Sal 137,6). En Jerusalén todos están invitados a regocijarse juntos. Esta alegría compartida es un anticipo del Reino, donde “justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo” (Rom 14,17) se entrelazan en una danza inacabable.

  • La alegría como horizonte apocalíptico

El horizonte es el lienzo donde se dibujan los sueños del alma… una promesa infinita que nos invita a caminar hacia lo desconocido. Nuestro horizonte es siempre apocalíptico: la alegría baja del cielo como una novia preparada para su esposo. La alegría es como la estrella que conducía a los magos: “Al verla se llenaron de inmensa alegría.” (Mt 2,10). La alegría es el motor secreto de nuestra existencia, la tierra prometida hacia la cual caminamos. “Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23,43), le prometió Jesús al buen ladrón. También Pablo fue arrebatado hasta el tercer cielo, el paraíso (2 Cor 12,2.4). En el horizonte de la esperanza emerge la gran promesa de la alegría.

Demócrito -filósofo griego- fue conocido como el “filósofo que ríe”: consideraba la alegría como el estado ideal del ánimo. Comparaba la vida sin alegrías a un largo camino sin albergues. En cambio, Heráclito era conocido como “el filósofo que llora” porque centraba su pensamiento en el sufrimiento y la tristeza inherentes a la vida.

Georges Bernanos, en su novela “La Joie”, presenta una visión profunda y trascendental de la alegría: la alegría como experiencia espiritual que nace de la unión con lo divino. Chantal -protagonista de su novela- vive en alegría desde su propia vulnerabilidad y humildad. Y Bernanos la describe como un “centro resplandeciente” y el “núcleo de una estrella flameante”[2]. Para él la verdadera alegría es un acto de resistencia, un “sed contra” que florece a pesar de las adversidades.

El poeta José Hierro, crítico de arte y académico de la Real Academia de la Lengua, lo ratifica en un bello poema a la Alegría:

Llegué por el dolor a la alegría.

Supe por el dolor que el alma existe.

Por el dolor, allá en mi reino triste,

un misterioso sol amanecía[3].

La Novena Sinfonía de Beethoven comienza con movimientos oscuros y complejos, pero culmina en una celebración vibrante de alegría. Esta transición simboliza una catarsis emocional donde el sufrimiento se transforma en esperanza. El Himno a la Alegría se convierte así en un símbolo de triunfo sobre las adversidades, resonando con el deseo humano de libertad y unidad[4].

Gustav Mahler quiso expresar en su segunda sinfonía titulada “Auferstehung”, “Resurrección” la historia de la alegría: en un infierno como un campo de concentración puede residir la alegría[5]. La alegría se alimenta de aquello que intenta destruirla. El genio del cristianismo consiste en que transforma en poder de resurrección el fracaso, la muerte.

La alegría está no en la saciedad, sino en el deseo que expresó el famoso coral “Jesus bleibet meine Freude” de Jean-Sébastien Bach[6].

 Lo cierto es que la felicidad no se fabrica, ni se merece, ni tenemos poder sobre ella. Al bienestar se le dedican canciones. A la alegría himnos. La alegría es una energía que salta, que danza, que arde. Francisco de Asís decía en el Cántico al hermano sol: “que es fuerte, hermoso y alegre (iocundo)”. Jesús les dijo a sus discípulos: “os he dicho todo esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea completa” (Jn 15,11). “Ahora estáis tristes; pero vendré de nuevo y vuestro corazón se llenará de alegría, y vuestra alegría nadie os la quitará” (Jn 16,22). La alegría es energía que salta, que danza, que arde.  La alegría es ligera, ágil, radiante.

Toda alegría, aun la más pequeña, es siempre inmensa. El “Ubi caritas” del jueves santo, acompaña el rito del lavatorio de los pies: “Simul quoque cum beatis videamus, glorianter vultum tuum, Christe Deus; gaudium quod est immensum, atque probum, saecula per infinita saeculorum”[7]. El rostro de Cristo presente es la alegría del mundo, una alegría indefinidamente expansiva, alegría cósmica que expresa a su vez los salmos: “¡Alégrese el cielo, exulte la tierra! ¡Qué grande es el mar y su plenitud! ¡Que se alegre la campaña y todos sus frutos! ¡Que todos los árboles de la floresta griten de alegría, ante la faz del Señor, porque ya viene! (Sal 95, 11-13).

No valen recetas para estar alegres. La Alegría es misteriosa. Y se vislumbra en el horizonte cuando nos acercamos al misterio. Cuando la alegría nos visita deja en nosotros sus raíces y de ahí surge la alegría como recuerdo. Cuando evocamos la alegría quedamos iluminados y visitados por ella.

La alegría se revela en toda experiencia auténticamente humana: se encuentra en lo real, en la creación acogida y amada, en lo que ella tiene de más simple, de más cotidiano, de más ordinario.


[1] Francisco de Asís, De la verdadera y perfecta alegría.

[2] Cf. Georges Bernanos, La Joie, Plin, 2008.

[3] José Hierro, El rayo que no cesa”, ediciones Héroe, Madrid 1936.

[4] https://youtu.be/sxh1Y0q4lT8?si=vwrUGIxWQeHNSq94

[5] Cf. Gustav Mahler, Symphony no. 2, in c minor “resurrection”: Dover Miniature Scores, 1989:  https://youtu.be/8GONdWiXG7g?si=fwgnowat9Mlbx2PQ

[6] https://youtu.be/GWtoeYznx8E?si=Sima0dSljjzVd-Ax

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