La partitura que el Creador ofreció al primer hombre y la primera mujer fue bellísima: “a imagen y semejanza de Dios”. Tras el primer pecado se volvió difícil, muy difícil de interpretar y no todos lo consiguen.
Dividiré esta homilía en cuatro partes:
- ¡No conviene que el hombre esté solo!
- En momentos difíciles… perseverantes en el sufrir
- ¡Al principio no fue así!
- Fidelidad: ¡cuidados extra!
¡No conviene que el hombre esté solo!
Nuestro Creador lo comprendió desde el primer momento que el ser humano -Adam- -ser inteligente y afectivo- no debería vivir en soledad: ¡necesitaba una ayuda adecuada! Adán había dado nombre a todos los animales de la tierra y el cielo. Todas esas criaturas tendrían un “nombre humano”. Pero Adán no encontró ningún animal que capaz de acompañarlo en la aventura de su vida. Entonces intervino el Creador: extrajo de la unidad la dualidad: al contemplarla Adán exclamó: “¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!”.
Y la consecuencia de ello fue un “… y por eso el varón dejará a su padre y a su madre y “se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”. Y así hizo surgir el Creador la maravilla del matrimonio, que ha dado lugar a una humanidad hoy de más de 8.000 millones de seres humanos.
En momentos difíciles… perseverantes en el sufrir
La segunda lectura -un breve texto de la carta a los Hebreos- nos transmite una enseñanza enormemente importante para las parejas: habrá momentos en los cuales la convivencia se vuelva muy difícil: convivir no es solo gozar, también sufrir, porque somos distintos. A la pareja se le propone el ejemplo de Jesús, quien tras mucho sufrir fue coronado de gloria. Sacrificarse por otro es un germen de vida y de reconciliación. Mediante el sufrimiento nos perfeccionamos. ¿No ocurre eso en los atletas? ¿Por qué no puede acontecer también en cada pareja, en cada matrimonio?
¡Al principio no fue así!
Sobre muchas parejas en trance de divorcio podría repetirse el texto del evangelio de Marcos hoy: ¡al principio no fue así! Y Jesús lo ratifica: “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. Estas palabras no son una ley fría, sino una promesa, una realidad posible. Al ser humano le corresponde no imposibilitar, con su falta de fe y su descompromiso, el don que le ha sido concedido. ¡Lo demás depende de Dios! ¡Hay dejar protagonismo a Dios en la relación de pareja!
Jesús invita a dejarse unir por Dios, a descubrir a aquella persona, en la cual cada ser humano encuentra su “ayuda semejante”. Puede haber alucinaciones, percepciones inadecuadas, pasos precipitados… Hay que saber discernir qué es “lo que Dios ha unido”. Bendecir aquello que Dios “no ha unido” es una profanación. La belleza del Sacramento del Matrimonio está precisamente en transparentar la bendición de Dios ante aquella pareja que Él ha ido uniendo a través de la aventura y el romance amoroso.
Nuestro Dios Creador y Redentor no quiere que el ser humano esté solo. Por eso, toda vocación humana lleva en sí las semillas de la comunión: amistad, eros, solidaridad, filantropía y caridad. El Amor nos saca de la nada. Completa la creación del ser humano.
Fidelidad … cuidados “extra”
El amor requiere cuidados “extra”. La cuidadora del frágil y poderoso amor se llama “Fidelidad”. La fidelidad no juega, no se despista. Es amiga de la profundidad; descubre el todo en el fragmento; es agradecida y no reivindicativa; cultiva la finitud para descubrir en ella toda la trascendencia.
¿Qué ocurre cuando Dios es acogido en las relaciones afectivas y amorosas? San Agustín decía que “las mejores amistades son aquellas que Dios aglutina”. Un día me dijo un joven -muy enamorado de su novia- con la que se iba a casar unos días después: “¿qué haré para no perderla?”. Lo único que se me ocurrió decirle fue: “Rezad juntos el “padrenuestro”… “¡no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal!”. Y es que “lo que Dios ha unido…” y sigue uniendo… siempre tiene futuro.
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