Cuando Jesús anunció a sus seguidores que les entregaría su Cuerpo y Sangre, la mayoría de ellos lo abandonaron. Solo quedaron unos pocos y a éstos les preguntó: “¿También vosotros queréis iros?”. Algo de esto sigue sucediendo cuando vemos que no es numeroso el número de cristianos que escuchan con atención la Palabra de Dios y que después recibe con amor apasionado el Pan Eucarístico.
Dividiré esta homilía en tres partes:
- El abandono de la comunión eucarística
- Invitación escandalosa: ¡Comer la carne, beber la sangre!
- Cuando comulgar es peligroso
El abandono de la comunión eucarística
El silencioso abandono de la comunión eucarística se debe a las normas de la Iglesia sobre los requisitos para comulgar: confesión previa de los pecados, propósito de la enmienda y reconciliación.
En todo caso, hoy Jesús en el Evangelio no nos habla en esos términos. Si los discípulos lo abandonaron fue cuando Jesús les habló “comer su carne y beber su sangre”. ¡Ese fue el lenguaje que les resultó intolerable y no las condiciones necesarias para comulgar!
Invitación escandalosa: ¡Comer la carne, beber la sangre!
La Eucaristía nos dice cómo Jesús fue nuestro Mesías, nuestro Redentor. Sus palabras escandalizan también hoy: “si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros”. Jesús -en manera alguna- invitaba al canibalismo; él sabía expresarse muy bien y hacerse comprender por sus discípulos.
Quería decir que iba a escoger el camino humilde y doloroso del Hijo del Hombre y no el esplendoroso de un “hijo de David”. Jesús renunció a la violencia, no tenía dónde reclinar su cabeza, fue condenado a muerte y ejecutado en la cruz y, en la última cena, lleno de amor entregó su cuerpo y su sangre por todos. También se identificó con el grano de trigo que cae en tierra y muere, pero después produce mucho fruto.
Comulgar el pan y el vino del Hijo del Hombre es identificarse con su destino. ¿Estáis dispuestos a beber el cáliz que yo he de beber? El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo.
Cuando comulgar es peligroso
Comulgar en este contexto es peligroso para “nuestro ego”. Comulgar es “negarse a uno mismo”, “tomar la cruz”, “comprometerse a seguir a Jesús”. Comulgar es creer que sólo el grano de trigo que cae en tierra y muere produce mucho fruto.
Conclusión
¡No nos acostumbremos a comulgar a a no comulgar! Como el centurión digámosle a Jesús: “Señor, yo no soy digno… pero dí una sola palabra”. O digámosle a Dios Padre: “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz, este pan eucarístico, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”.
Cuando Jesús habló en estos términos muchos lo abandonaron. ¡Que no sea así entre nosotros!
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