En este domingo continúa el tema domingos anteriores: el enamorado de su viña es presentado hoy como “el Novio”. Invita a sus amigos a no entristecerse, sino a participar de la alegría del banquete de bodas. Y abre el banquete después a todos… pero ¡no todo vale! La Eucaristía es la continuación simbólica de aquel banquete. ¡No debemos estar tristes, cuando el Esposo está con nosotros! Pero también hemos de estar preparados para participar dignamente en el Banquete.
“Invitados al banquete”
El profeta Isaías dedica cuatro capítulos a lo que se denomina “pequeño apocalipsis”: es decir, la última manifestación de la justicia de Dios sobre la humanidad. A este pequeño apocalipsis pertenece la primera lectura de este domingo. Y su mensaje es claro: la corrupción, el asesinato, la soberbia humana, no tienen la última palabra: ¡Dios hace justicia a sus pobres! ¡Dios hace justicia a su Pueblo desterrado y lo reunirá definitivamente en su Tierra! En un gran banquete celebrará su desposorio con el Pueblo. Y serán invitados todos los pueblos de la tierra. El banquete tiene lugar en el monte de Sión. ¡Allí todos conocerán a Dios! ¡Allí se acabarán las lágrimas, el sufrimiento, ¡hasta la misma muerte! Allí se comerán manjares exquisitos y vinos excelentes.
¡Encontremos nuestro Centro!
En la segunda lectura de la carta a los Filipenses, -su comunidad preferida-, san Pablo se desahoga diciéndoles: “Todo lo puedo en Aquel que es mi Fuerza”, en “Aquel que es mi centro”.
Tener un centro es necesario para vivir y encontrarse en la circularidad de la vida. Escribió con mucho acierto Susanna Tamaro: “llegaste al máximo de la irritación cuando te dije que la vida no es una carrera, sino un tiro al blanco, lo que importa no es el ahorro de tiempo, sino la capacidad de encontrar una diana”. “Tener un centro” es decisivo para vivir. El centro nos da estabilidad, armonía. Por eso, hablamos también de “concentración”, o de vivir desde nuestro “”más profundo centro”. Jesús se nos ofreció como ese Centro: Yo soy la Vida, Yo soy el Camino, yo soy la Verdad, yo soy la Belleza.
¡Id e invitad a todos!
En el Evangelio Jesús les habla a los dirigentes religiosos y políticos de Israel. Les dice que un Rey envió invitaciones para el banquete de bodas de su Hijo. Los convidados no quisieron ir y pusieron las más variadas excusas. Los dirigentes comprendieron que ellos eran los convidados: pero rechazaron con excusas la invitación. Jesús era el Hijo del Rey en cuyo honor se celebraba el Banquete.
El rechazo de los dirigentes provocó una nueva invitación: esta vez a todo el mundo, hasta los más necesitados y pobres. El banquete se llenó de comensales. Aunque aquel que no llevaba vestido de boda fue expulsado. ¡No basta ser invitado… hay condiciones para entrar en la Sala del Banquete! Es algo que debemos constantemente interpretar -en las palabras de Jesús-.
La Iglesia está lanzando a toda la sociedad la invitación de Dios a participar en el banquete del Reino. ¡Salgamos a las plazas, a los caminos, para invitar a todos! Preparémosles el mejor vestido. Muchos en países tradicionalmente católicos han decidido no acoger la invitación. Muchísimos otros en países pobres y hasta paganos…. Acogen la invitación.
Pero ¡no todo vale! No es cuestión de número. También de calidad. Nadie puede ni debe entrar en el banquete sin vestido nupcial. No hay que acelerar las cosas. No es cuestión de bautizar a todo el mundo. Hay que preparar a los llamados a través de serios procesos iniciáticos. Tal cual sea la puerta de entrada en la iglesia, así serán quienes estén dentro de ella.
Impactos: 324