“Tesoro y red” son dos claves que nos ofrece la liturgia de este domingo. ¡Tesoro! He aquí una palabra que el ser humano utiliza frecuentemente en el lenguaje de los afectos, en la literatura amorosa. Así utilizada, la palabra tesoro nada tiene que ver con el espacio en que guardamos objetos valiosos, sino más bien con la fuente generosa e inagotable de amor. ¡Red! Es otra palabra propia de la posmodernidad. Es clave para entender la realidad no de forma jerárquica, piramidal, sino interconectada. Somos un haz de relaciones y desde ellas nos viene la gracia y la desgracia, la información y el virus. Estar conectados a la red es riesgo y es posibilidad.
Dividiré esta homilía en tres partes:
- 1. El tesoro de la Sabiduría.
- 2. El tesoro de nuestro destino.
- 3. La búsqueda del tesoro y la red.
El tesoro de la “Sabiduría”
En la primera lectura, tomada del libro de los Reyes, “el Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo: ¡Pídeme lo que quieras!”. Lo que pidió n fue larga vida, ni riquezas, ni la destrucción de sus enemigos. Lo que Salomón le pidió a Dios fue únicamente esto: ¡Sabiduría para gobernar según Dios!: capacidad para discernir, actuar, llevar a todos hacia la felicidad, el bienestar, la justicia y la paz.
¡Que piensen quienes gobiernan en la familia, en la sociedad política, en la Iglesia, cuáles son sus deseos interiores! Que se identifiquen con el deseo de Salomón “sabiduría para discernir” y no astucia para imponerse.
El tesoro de nuestro “Destino”
Pablo, en su carta a los Romanos, nos propone hoy una de sus convicciones más sublimes: “Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado según su designio”. Somos pre-destinados, llamados, justificados, glorificados. Nuestro porvenir está asegurado. Está en las manos de Dios, porque Dios nos considera “hijos suyos”..
La búsqueda del tesoro y la red
En el Evangelio de hoy Jesús nos invita a buscar el tesoro, pero, antes de nada, a desearlo. La paciencia purifica el deseo, no lo amortigua. Y cuando el tesoro aparezca, hemos de invertir en él lo que sea necesario.
El tesoro del Reino está escondido en el campo. No está en el cielo; lejos de la tierra; en la inaccesibilidad de la trascendencia. El tesoro está aquí, pero pocos dan con él, pocos lo encuentran. Quien lo encuentra es la persona más agraciada del mundo. “Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón”.
Jesús también compara el Reino de Dios con la red. Aunque en su tiempo se trataba de la red de pescar, en nuestro tiempo se trata -sobre todo- de la red de la superconexión humana, mundial, global. El Reino de Dios es el ecosistema, la red de redes, donde todo está inteconectado. Por eso, el Reino de Dios está en nosotros, no nosotros. Ese es nuestro horizonte.
Conclusión
La presencia del Reino siempre es inquietante. No podemos decir con absoluta certeza “¡esto es”·, “esto no es”. Hemos de mantenernos en la humildad. Sólo Dios nos revela dónde está realmente y dónde actúa su mano poderosa. Evitemos juicios apresurados. Sólo al final serán separados los peces buenos de los malos.
Y va a comenzar la Jornada de la Juventud. Que el Espíritu Santo se haga presente, actúe, seduzca a nuestra juventud para vivir y proclamar el Evangelio y para que encuentren su razón de ser en esta existencia que se nos concede. El himno nos invita a ello.
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