Ella siguió a Jesús su hijo con el corazón. En la casa de Nazaret resonaron por primera vez estas palabras: Madre, conviene que yo me vaya”. En la última Cena Jesús sorprendió a sus discípulos con la misma frase: “Os conviene que yo me vaya”. Jesús se fue tras una corta vida de treinta y tantos años y un cortísimo tiempo de ministerio profético: tres años. Jesús nos dejó. Han pasado ya muchísimos años desde que esto aconteció.Sin Jesús constituiríamos un grupo inmenso de discípulos huérfanos, sin nuestro Maestro. Pero la Promesa de Jesús fue sorprendente: ¡No os dejaré huérfanos! ¡Volveré a vosotros! Pero ¿cómo?
Dividiré esta homilía en cuatro partes:
- “Yo sigo viviendo” -dice Jesús-.
- “No os dejaré huérfanos” – Su gran Promesa
- Oraron para que recibieran el Espíritu Santo
- Y si alguien te pregunta, ¿por qué eres cristiano?
1. “Yo sigo viviendo” -dice Jesús-
Lo primero que Jesús dijo a sus discípulos fue: “Yo no estoy acabado”. El fin de Jesús no fue su fin, sino el comienzo de su invisibilidad: “el mundo no me verá”.
Jesús, el Hijo, encontrará su estado definitivo: ¡estar con el Padre! Porque “ir al Padre era toda su añoranza, mientras estuvo en la tierra”. Y lo que caracteriza al Padre es, sobre todo, que es Amor: “Yo estoy en mi Padre”. Impregnado del amor del Padre, también Jesús se llevará consigo a “los suyos”: “Y vosotros estaréis en mí y yo en vosotros”.
2. ¡No os dejaré huérfanos! Su gran promesa
La ausencia de Jesús será compensada con el don de “otro Paráclito”. Sólo 5 veces aparece este término en los escritos de Juan. “Paráclito” significa “abogado”, “consejero, “el que ayuda”. Paráclito fue Jesús para sus discípulos mientras estuvo aquí en la tierra.
Pero, al irse, nos prometió el envío de “otro paráclito”, es decir, otro defensor, otro abogado, otro consejero. Y ese paráclito prometido es el Espíritu Santo. Por eso, no quedaremos “huérfanos”, no echaremos en falta la ausencia de Jesús. El Espíritu Santo nos hará comprender dónde está Jesús: ¡con el Padre! Y el Espíritu Santo cuidará de nosotros.
3. Oraron para que recibieran el Espíritu Santo
La primera lectura nos relata hoy un hecho sorprendente. Uno de los siete diáconos griegos, elegidos por los apóstoles, Felipe se desplazó a Samaría y allí comenzó a predicar sobre Jesús. Llevó la alegría a la ciudad. Acontecían hechos milagrosos.
A los apóstoles, que estaban en Jerusalén les pareció muy extraño que los samaritanos -a quienes consideraban herejes- se hubieran convertido a Jesús y se hubieran hecho bautizar. Pedro y Juan fueron a Samaría y llevaron a quienes habían sido bautizados algo que todavía les faltaba: que recibieran el Espíritu Santo a través de su oración y de la imposición de sus manos.
4. Y si alguien te pregunta: ¿por qué eres cristiano?
Muchos saben que quienes aquí estamos reunidos este domingo, somos cristianos. Muchos menos saben “cómo” estamos siendo cristianos. Pero, ¿quién de nosotros sería capaz de explicar a los demás “porqué soy cristiano”?
La segunda lectura de este domingo nos invita a ofrecer la respuesta a ese ¿porqué? Y añade: “hacedlo con delicadeza y con respeto”. La respuesta nos la ha ofrecido Jesús en su evangelio: Jesús mismo y sus enseñanzas nos han enamorado y seducido.
Lo amamos como nuestro mejor tesoro. Y aunque haya desaparecido de nuestra vista, sabemos que nos lleva en su corazón e intercede por nosotros. Que nos está preparando una morada. Que no nos abandonará.
Existe otra gran razón para el porqué soy cristiano. Porque “somos morada del Espíritu Santo”. El Espíritu de Dios habita en nosotros y nos aconseja, nos guía, nos enseña, nos llevará a la verdad completa. Es -dicho con palabras del evangelio- nuestro Paráclito. Estamos viviendo en la era del Espíritu. Aprendamos el arte de la espiritualidad.
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