Nuestra vida pende de un hilo. No somos necesarios. Quizá pudiéramos definirnos como “supervivientes”, afortunados supervivientes. Somos el resultado de un juego, de un azar. No, la conclusión de un serio silogismo o razonamiento, o el resultado riguroso de unos presupuestos.
Entre los millones y millones de posibilidades que había en el momento de nuestra fecundación, nos tocó en suerte la existencia precisamente “a nosotros”, “a mí”. Otro óvulo, otro espermatozoide habría dado la existencia a un “hermanito o hermanita”, pero ¡no a mí! Millones de hermanitos o hermanitas quedaron convertidos en posibilidad pasada. ¡Perdieron ya su posibilidad de existir!
La vida amenazada
Y comenzamos a existir en el seno de nuestras madres. Solemos olvidar el riesgo que conlleva cualquier embarazo. Damos por supuesto que se inicia con la concepción y finaliza con un parto feliz. La realidad no es, no ha sido así. Muchos embarazos no llegan a cumplimiento. En algunos países se ha reducido mucho hoy la mortalidad infantil; pero la realidad es que la vida apenas nacida está muy amenazada por la enfermedad, por la muerte… y ¡cosa terrible! por los abortos intencionados.
Siempre ha habido abortos involuntarios, maternidades frustradas, mujeres y varones incapaces de fecundar. Para que un embarazo llegue a culminación se requiere cuidado, atención y una peculiar ayuda y providencia del Dios creador y providente. El seno femenino que acoge las semillas de la vida puede ser la morada de la vid ay también el ámbito de su muerte, Por eso, en no pocas circunstancias podemos decir que los vivientes somos “Supervivientes”, personas rescatadas y salvadas de las garras de la muerte.
Llamada a la vida y protección
Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento nos hablan de mujeres que tuvieron la experiencia de la esterilidad o que vieron frustrada su maternidad. Los salmos agradecen a Dios en algunos de sus versículos, su providente cuidado:
“Desde el seno me apoyaba en ti, desde las entrañas maternas me sostenías”
Sal 70,6
“Fuiste Tú quien me sacaste del vientre, me confiaste a los pechos de mi madre, desde el seno me confiaron a tí, desde el vientre materno tú eres mi Dios”
Sal 21,11.
Mira, culpable acá, pecador me concibió mi madre”
Salm 50,7.
Hay una palabra en el hebreo bíblico que es enormemente sugestiva a este respecto. Se trata de la palabra “rahamim” que literalmente significa “entrañas”, “seno” y se utiliza para hablar de la “compasión”. Por eso, si la compasión de Dios (rahamim) tiene que ver con el seno, con las entrañas, esto quiere decir que el nacimiento de un niño podría relacionarse más que con el poder de Dios, con su compasión misericordiosa. Dios, con su poder creador, nos va entretejiendo, como se tejía el paño multicolor y recamado que cubría el arca de la Alianza:
“Pues Tú formaste mis entrañas, me tejiste en el seno materno. Te doy gracias, porque eres prodigioso: soy un misterio, misteriosa obra tuya; y tú me conoces hasta el fondo, no se te ocultan mis huesos. Cuando en lo oculto era formado, entretejido en lo profundo de la tierra, tus ojos veían mi ser informe. En tu libro estaban escritos todos mis días, ya planeados, antes de llegar el primero”
Sal 138,13-16.
La Misericordia entrañable
Más todavía, aquel que nos teje, también reparar el tejido desgarrado de nuestra existencia y lo salva en nuevas, sorprendentes y bellas combinaciones. Y es que Dios es compasivo y misericordioso. Tiene entrañas de misericordia.
También la creación puede explicarse en términos de la compasión de Dios y su poder para crear la vida, independientemente de cuanto haya podido desgarrarla.
Los relatos bíblicos nos dice cómo Dios ayudaba a las grandes mujeres y las bendecía en sus embarazos, para que superaran todas las fuerzas amenazantes de la muerte. La bendición de Dios se mostraba sobre todo en la bendición del seno. La espiritualidad bíblica llevaba a pensar que todo embarazo -concluído con éxito- testificaba la protección de Dios, su ser Emmanuel.
Así de frágil es la maravilla que somos cada uno de nosotros. No somos necesarios. Toda nuestra vida se desarrolla como un inmenso juego de azar. Somos afortunados. Nada pase si alguna vez la suerte se nos tuerce.
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