De seguro que no pocos en las Iglesias de Europa y de España se hacen hoy esta pregunta. La pregunta se podría completar con esta otra: ¿qué les pasa a no pocos con la Vida Religiosa? Da la impresión de que se ha establecido en la Iglesia una corriente de “antipatía”. Se trata de una atmósfera maloliente que no podemos disimular a pesar de los desodorantes y ambientadores que utilizamos en determinados momentos. Algo huele a podrido y lo peor es que unos achacan a otros el mal olor.
La vida religiosa -y me estoy refiiendo a las formas más tradicionales de vida consagrada- tiene hoy unas características que conviene resaltar, si no por otra cosa, para dar gracias a nuestro Dios y a su Esíritu que la cuida y protege de generacion en generación. Yo las resumiría en las siguientes:
1. Las religiosas y religiosos de Europa y de España, en concreto, son mujeres y varones “duros y maduros”. La edad media de los religiosos/as es adulta alta. Y esas canas merecen respeto y aprecio. Hay mucha “plata” y “oro” celebrados en la vida religiosa actual: me refiero a bodas de plata y oro que suenan a celebraciones de la Alianza fiel, hasta ahora no desmentida. Las religiosas y religiosos de Europa y España somos herederos de tradiciones centenarias y milenarias. Somos los portadores de herencias que vienen de lejos. A pesar de que en estas herencias debamos contar con “el pecado de nuestros padres y madres”, sin embargo, la Gracia se ha transmitido y multiplicados. Nuestras genealogías, como la de Jesús en Mateo o Lucas, no están exentas de tristes y pecaminosos episodios, pero a pesar de todo, la Gracia carismática ha sobrevivido de generación en generación. Ahora somos nosotros los depositarios y depositarias de esos tesoros. Y queremos ofrecerlos humildmente a la Iglesia ya la sociedad. Por eso, quienes quieran cumplir los mandamienos de la Alianza deberían evocar aquel mandato: “Honrarás las canas de la vida religiosa”. Quien desprecie la vida religiosa, se está quitando años de vida.
2. Conozco miles de religiosas y religiosos. He asistido a multiples encuentros, algunos de una importancia suma para el futuro de los institutos. Es admirable el “espíritu de libertad” que en muchos institutos se respira, el deseo de volver al Evangelio, la falta de ambiciones y el deseo de servir, a veces, hasta la utopía imposible. Hemos orado, leído el Evangelio, soñado la misión, criticado nuestra forma de vivir y de evangelizar. Esta vida religiosa es muy honesta y clara. No se calla. Mujeres en Capítulo tomando decisiones autónomas, programando misiones de rango mundial, interpelándose para la profecía…. es un espectáculo digno de ser referido, como acción del Espírit en nuestro tiempo. Varones en Capítulo soñando lo imposible, buscando caminos, rectificando otros, sin vanos misticismos, pero dispuestos a llamar al pan pan y al vino vino. La vida religiosa es hoy más comunitaria que nunca, más capitular, más sinodal que nunca. Se quiere contar contar con todos. El liderazgo que se está emergiendo es cada vez más dialogante, más negociador. La obediencia quiere definirse como “escucha de la Palabra de Dios” en nuestro tiempo. La castidad como entrega del cuerpo y de la vida al servicio misionero del evento del Reino de Dios y de su Alianza que siguen aconteciendo. La pobreza como una apasionada alianza con los excluídos, los marginados, los pobres.
3. Somos un gran grupo que no queremos disimular y que rehuimos cada vez más el fariseismo. Por eso, dejamos de lado “perfeccionismos” y “radicalismos” hipócritas. Hoy estamos más convencidos que en otros tiempos de que el hábito no hace al monje. Quizá por eso, hemos cuidado poco las formas. Hay quienes a ésto lo llaman “secularismo” que está invadiendo a la vida religiosa. Sabemos distinguir entre “secularismo” y “secularización”. La secularización es un fruto maduro del cristianismo y de nuestra fe. El secularismo, como todos los -ismos, es una idolatría, como lo sería el sacralismo. La secularización nos lleva a no construir imágenes de Dios y mantenernos ante Él como ante el Misterio Sacrosanto, ante el cual el ser humano no es digno de calzarse las sandalias. Desde el Concilio Vaticano II estamos intentando volver a las fuentes y recuperar las tradiciones sanas, pero dentro de un mundo en el que los sistemas religiosos se están derrumbando. Queremos revestirnos de “espiritualidad”, más allá de las formas externas.
4. Somos un grupo de buscadores y buscadoras que, a veces nos hemos castigado excesivamente con nuestros defectos, y hemos olvidado la Gracia que en nosotros el Espíritu depositaba. Nos hemos reñido mucho. Ahora nos riñen o quieren reñir desde afuera. Sin embargo, escuchamos con más fuerza que nunca aquellas palabras del Deutero-Isaías: “consolad, consolad a mi vida religiosa, pues ha sufrido mucho… y ya ha pagado suficientemenete”. Hoy seguimos buscando a nuestro Dios dentro de nuestro mundo, de lo que acontece. Veo en los rostros envejecidos de tantas hermanas y hermanos mucha serenidad y esperanza y una confianza grande en el Espíritu que no nos abandonará.
5. No nos importa demasiado el que nos releguen, nos pongan al final de la fila.La vida religiosa es ahora en Europa una anciana, que merece ser reconocida y honrada y a la cual no hay que venir con reproches, sino con ansias de aprender de su sabiduría. Pero quienes aprovechan la oportunidad para ofenderla, hacerle reproches, privalarla de su serenidad…. tendrán que rendir cuentas ante la Sabiduría.
6. Las jóvenes generaciones no se pervierten cuando llegan a nosotros. Es uno de los espacios de la Iglesia en el cual maduran más y mejor o uno de los espacos terapéuticos más efectivos. La vida en comunidad conlleva mucho correctivos, que sanan al ser humano de sus engaños y ambiciones. Hoy los jóvenes encuentran en la vida religiosa otro tipo de ascética, diferente del pasado: es la ascética de la convivencia de generaciones diferentes, del aprendizaje del diálogo. Hoy los ambientes afectivos son mucho más sanos que en tiempos de “cerrazón” e “hipocresía afectiva”.
7. ¿Qué le pasa a la Vida Religiosa? Yo respondería así: ¿qué les pasa a quienes se preguntan “qué le pasa a la vida religiosa? Y sospecho que lo que les pasa es que se quieren “divorciar” de ella, porque ya les parece envejecida; porque sólo ven en ella defectos; porque les parece más torpe en sus movimientos; porque la quisieran uniformada y sumisa; porque prefieren a otras formas de vida más jóvenes, más epidérmicamente atractivas, más dóciles. ¿Qué le pasa a la Vida Religiosa? Nosotros nos venimos haciendo esta pregunta desde que concluyó el Concilio Vaticano II. Y nos respondemos así: que el Espíritu Santo la está llevando a dónde quiere, pero que hay malos espíritus, dentro y fuera, que quieren acabar con ella.
Madrid, 8 de abril 2008
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