Los ateos quieren salir del armario. Quienes en tiempos de los “apasionados ateismos” se sentían los emperadores del mundo nuevo, se han ido progresivamente acomplejando y ahora se encuentran recluidos en esas catacumbas que llaman “armarios”. Quieren salir del armario y proclamar abiertamente su creencia. Su slogan de presentación es éste: “Probablemente Dios no existe”. Y dada esa probabilidad, se dirigen al individuo y le aconsejan imperativamente: “Deja de preocuparte y disfruta de la vida”.
El autobús se convierte en una frase alargada, exhibicionista, interesante, que vende luz y disfrute. Desde los ojos llega la frase al corazón. Y todos se preguntan ¿quién es ese “Dios” de cuya existencia se duda, por falta de pruebas? La situación suscita mi interés y he querido repensar la fe que me habita. Os invito a acompañarme en mi reflexión.
¡Probablemente…. Dios no existe!
¡Inquietante es la incertidumbre que la probabilidad o improbabilidad nos trae! Es “probable” que te cures, que tu problema tenga solución, que el amor que tanto te ilusiona sea verdadero. Es “probable” que no exista eso que imaginas, es “probable” que este camino no te lleve a ninguna parte… Es “probable” que ésto que hoy te hace tan feliz, un día acabe y se diluya! Es probable que nieve, es improbable que haga calor.
Hablamos de probabilidad cuando contamos con “pruebas”. Pero las pruebas tienen un límite: lo imprevisible, lo sorprendente. La experiencia nos indica que a veces lo improbable se hace realidad, y lo probable no acontece. A mí me encanta vivir en un mundo abierto, donde hay sorpresas, creación. Por eso, pasar de la probabilidad a la acción, a la decisión es arriesgado, aunque la mayoría de nuestras decisiones nacen en ese espacio de duda y penumbra en el que no todo se ve absolutamente claro.
Nuestros hermanos y hermanas ateos, agnósticos o indiferentes, se decantan porque “probablemente Dios no existe”. Se sienten legitimados ante la razón humana para proclamarlo en el complejo entramado de la publicaidad de nuestras ciudades. Y, en cierta medida, nos invitan a entrar en diálogo con ellos para demostrar la “probabilidad de la existencia de Dios”. Cuando se estudia teodicea o filosofía de Dios se dedican un serio apartado al tema de las pruebas de la existencia de Dios. En los catecismos se aborda el mismo tema de forma muy simplificada. En la pastoral eclesial este tema se deja de lado. Se prefiere dar por supuesta la probabilidad y se recurre a la espiritualidad que descubre que todo es gracia y en todo está Dios y se acepta, sin el mayor problema, el pluralismo que permite que vivan en paz creyentes en la existencia y en la no-existencia de Dios.
¿Es probable la existencia de Dios? ¿Cómo sentirla, experimentarla, conocerla? ¿Es solo cuestión intelectual -utilización de la razón- o también cordial y libre -utilización de la libertad que busca-?
Las antiguas “pruebas” ¿se han vuelto obsoletas?
Las clásicas pruebas de la existencia de Dios habían partido o de la experiencia objetiva del mundo, o de la experiencia subjetiva del sujeto humano.
El primer punto de partida -el mundo- dió origen a dos argumentos:
- el argumento físico-teológico según el cual el orden cósmico requiere la existencia de Alguien que lo ordene ;
- el argumento cosmológico según el cual la experiencia de la contingencia y no-necesidad de los seres requiere el fundamento de un ser absolutamente necesario, o el movimiento que constituye la vida requiere un motor inmóvil en el origen de todo.
El segundo punto de partida -el sujeto- dió origen a tres argumentos:
- El argumento ontológico ha tenido variantes: parte de la experiencia del sujeto humano. Según san Anselmo de Cartebury en su preciosa obra “Proslogion” los seres humanos tenemos la capacidad ilimitada de pensar “aquello por encima de lo cual no es posible pensar nada más grande” (“id quo nihil maius cogitari potest”); y no sería “lo más grande” si no existiera. El argumento supone que concepto tan sublime existe en la mente humana porque la realidad a la que remite, existe previamente. Otra versión de este argumento la ofreció san Agustín en su obra “De libero arbitrio: “Si fallor, sum” (“si me equivoco, existo”); la existencia de quien se equivoca, remite a la existencia de alguien que es la verdad, el número perfecto, la sabiduría, de aquel “quo nullus est superior” (“a quien nadie es superior”). En esta misma línea Descartes en su Meditación tercera decía “pienso, luego existo”: la razón que fundamenta nuestra razón ha de ser por ello mismo existente, por eso, existe “algo por encima de lo cual no se puede concebir nada más grande”.
- El argumento moral fue desarrollado por Kant (Crítica del juicio y La religión dentro de los límites de la razón pura): ¿porqué el ser humano está dispuesto a entregarlo todo, a comprometerse hasta la muerte, a obedecer sin reservas a determinados valores? Porque hay una realidad que da sentido, que es el horizonte último de los valores como la compasión, la solidaridad, el amor. Quien así se compromete, está como firmando un cheque en blanco que sólo Dios puede pagar. Así se prueba la existencia de Dios en medio de lo aparentemente absurdo. El gesto de absoluta libertad abre al descubrimiento de la existencia de Dios.
Estas pruebas, sin embargo, no resuelven nuestra pregunta actual por la “probablidad de la existencia de Dios”. Los conceptos de “mundo” y de “sujeto” nos resultan apriorísticos y sospechosos. Hemos perdido la ingenuidad de otros tiempos ante el conocimiento y el sentimiento. ¿Existe el mundo, o es un montaje intelectual con el que queremos explicarlo todo? ¿Existe el sujeto, la persona, o es más bien otro montaje intelectual para explicar todos los fenómenos que acontecen en eso que llamamos “nosotros”? Por eso, se habla hoy de la desaparición del sujeto, del derrumbamiento de la metafísica.
Otra perspectiva más modesta: el diseño inteligente y la sorprendente epifanía
El diseño inteligente
En muchos ámbitos de investigación (arqueología, antropología, ciencia forense, jurisprudencia criminal…) se emplea la metodología de detección de un diseño inteligente. ¿Y cómo se reconoce el diseño inteligente? El indicador fiable es ordinariamente el de la complejidad específica. El azar puede explicar la complejidad; pero el azar no explica la especificación. Una complejidad específica manifiesta siempre un diseño inteligente y detrás de él al diseñador inteligente (William A. Dembski, The Design Inference: Eliminating Chance through Small Probabilities, 1998.)
Nuestro mundo está habitado por complejidades específicas en el ámbito de la biología molecular, la bioquímica, la genética, la teoría informática etc. Y en esas complejidades específicas descubrimos “diseños inteligentes”. Detectamos la complejidad específica en las criaturas vivas y vemos entonces razonable el inferir la presencia de un diseño inteligente. Los motores no surgen del azar. Son el producto de un diseño inteligente. Las células bacterianas, increíblemente pequeñas, que pesan menos de 10 gramos cada una, son una auténtica fábrica en micro-miniatura, que contienen miles de piezas exquisitamente diseñadas, que forman una intrincada maquinaria molecular (formada por cien mil millones de átomos). Decía Michael Dento que “¡no hay mecanismo construido por el ser humano que ni de lejos sea complarable a semejante complicación!” (Michael Denton, Evolution: A Theory in Crisis, 1986. p.250). En el DNA nos encontramos como con un libro de instrucciones que informa sobre todo lo que ahí debe ocurrir. ¿No responde ésto a un diseño inteligente? ¿No será este el camino para llegar al Diseñador inteligente de todo?
La sorprendente epifanía de Dios
Si Dios existe, ¿no querrá ser encontrado y conocido? SI Dios es Dios de alianzas, ¿no saldrá al encuentro de quien desea convertir en su compañero? ¿Si Dios es amor, no buscará caminos para expresarlo? ¿Si Dios es verdad, no tratará de iluminar las mentes?
La cuestión no es, entonces, si Dios existe; la cuestión es ¿dónde Dios se manifiesta? ¿dónde aparece? ¿cómo y dónde se nos hace accesible? Lewis escribió un libro titulado “Surprised by Joy” (Sorprendido por gozo) como resultado de haber tenido un sorprendente e inesperado acceso al conocimiento de Dios. Dios nos debe dar muchas pruebas de su presencia como son sus diseños inteligentes: la tierra a la distancia perfecta del sol, las propiedades químicas del agua que son únicas, el cerebro humano, el DNA, los millones de seres humanos que atestiguan que Dios existe,las ansias más secretas y profundas de nuestros corazones.
Dios nos sale al encuentro constantemente, desde la creación del mundo, hasta hoy. Pero hay dos mediaciones únicas: Jesús y el Santo Espíritu. Nunca los profetas de las grandes religiones reivindicaron para sí mismos la condición divina: ni Buda, ni Mahoma, ni Confucio, ni Moisés, Pero Jesús ¡sí! Él le dijo a su discípulo Felipe: ¡Dios existe y ahora lo estás viendo! ¡Quien me ve a mi, está viendo al Abbá! Jesús se definió como la “luz del mundo”, “la palabra viviente de Dios”. Se atribuía aquello que sólo era propio de Dios. Jesús no nos pidió que siguiéramos su doctrina, sino que le siguiéramos a él mismo. Al igual que Dios en el Antiguo Testamento pedía que se le siguiera a él y no a otros dioses.
Jesús nos demostró que Dios es Amor, compasión, perdón ilimitado, padre materno, energía de vida eterna. En Jesús Dios se nos aproxima de la forma más humana que podríamos imaginar. Pero no nos obliga a creer en él.
El Espíritu es la otra vertiente de la existencia a la que cada vez somos más sensibles. El Espíritu crea conexiones, anima los procesos, suscita creatividades, enciende los amores, hace seductoras las bellezas, da sentido al sinsentido. El Espíritu nos hace presente a Dios y a su Hijo Jesús. Cuando Él se epifaniza, todo queda sorprendentemente iluminado.
“Deja de preocuparte y disfruta de la vida”
¿Es Dios una preocupación o un horizonte? Así descrito, con esa impresionante amplitud, ¿cómo va a ser Dios una preocupación y un obstáculo al disfrute de la vida? Es Dios quien nos permite disfrutar de la vida. El que mantiene nuestro planeta en sus exactas y sabias medidas, el que potencia todas nuestras alegrías, nuestros amores, nuestra percepción de la belleza.
Nuestros hermanos/as ateos padecen una estrechez tremenda de visión, que les hace agarrarse a un clavo ardiendo. Tienen razón en negar a ese dios pequeño, dictatorial, intruso y aguafiestas. Quizá han descubierto esa imagen de dios en nosotros, los creyentes. Pero estamos obligados a demostrarnos y demostrarles que la relación con Dios, vitaliza, energiza, embellece, alegra, llena de esperanza, ofrece horizontes inimaginables.
No nos preocupamos por demostrar la existencia de Dios. Es Dios quien se muestra. Lo peor es ser ciego y no verlo, sordo y no escucharlo, insensible y no tocarlo. Dios no es uno más entre los seres que pueblan el mundo. Es el que está en todo, el que se muestra en todo: es la belleza de la belleza, el amor del amor, la luz de la luz. Dios no es el intruso que todo lo controla. Es la sublime seducción que nos hace libres y auténticos, que nos invita a despreocuparnos y disfrutar de la vida: “no os agobieis, nos os preocupeis… le basta a cada día su afán; vuestro Abbá cuidará de vosotros!
No tenemos porqué defender a Dios. Él mismo se muestra y defiende… más allá de lo que pudiéramos imaginar.
Los autobuses desplegarán por nuestras calles ese inquietante slogan: “Probablemente Dios no existe”… pero al mismo tiempo uno sentirá en el corazón ese otro: “Despreocúpate y disfruta; probablemente llamará a tu puerta muy pronto y tu alegría nadie la arrebatará”.
Salgamos de las sacristías. Y convirtámonos en la demostración de que probablemente, muy probablemente Dios existe… y su rostro se percibe en esas misteriosas lunas que reflejan la luz del sol.
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Hace 20 años tenía ideas sobre Dios, sobre lo que sería encontrarme con Dios. Hoy tengo experiencia de Dios.
Vivo en un entorno en el que sólo se pronuncia su nombre en discusiones en las que me toca defender, explicar, aclarar. En las que acabo agotada y con miedo de que al fin sea cierto que Dios sea sólo una red de seguridad para no enfrentarme al hecho de que mis derrotas son sólo derrotas sobre las que nadie escribe ningún plan.
Se me fueron quedando por el camino las personas que compartían a Dios conmigo. Unas porque nuestros caminos se separaron, otras porque cuando se convirtieron en personas adultas le “superaron”, como una etapa más.
Y lejos de su nombre, sola a la hora de hablar de El…durante años y años…no he dejado de saber que existe. No he dejado de echarle de menos . Y como Tagore afirmo “Si no está en mí el encontrarte que no me falte nunca el sentimiento de no tenerte. No me libres nunca de esta pena, en mis horas de sueño, en mis horas despiertas”.
Dios no se me ha apagado nunca. No me deja.Tiene que ser El. Cuando de pronto me quedo sobrecogida delante de una puesta de Sol. O siento el dolor de los demás como algo mío. O las risas de los niños de mi clase me hablan en un idioma que no es humano. Cuando sigo siendo una niña que se entusiasma sólo porque huele a otoño. Cuando simplemente veo una Magia densa en el aire…tiene que ser El. Mi Dios. El Dios a quien aún no sé cómo pedir un abrazo. Yo sé qué existe. ¿Verdad que existe?