Tantas muertes nos sorprenden que a veces nos olvidamos de la historia que Dios va escribiendo, rasgo a rasgo, entre nosotros. A veces nuestra mirada sólo se detiene ante personajes muy notorios y frecuentemente masculinos. Somos deudores, ante nuestro Dios de escribir “la otra historia”, que es “su historia”, femenina y preterida no pocas veces. Una humilde hermana de la Caridad de Santa Ana, como tantas otras, viene en este día a este blog. Su hermano, el misionero Asterio Niño, me pidió encargarme de la homilía del funeral de su hermana. Aquí la ofrezco “en memoria” de ella.
Mis queridos hermanos y hermanas:
El funeral cristiano es como un bautismo póstumo: el agua se derrama sobre el féretro y el incienso lo envuelve de aroma y de respetuoso reconocimiento. La comunidad ora, encendida previamente por la comunión eucarística. Luego acompaña hasta el límite, hasta el umbral de las puertas del cielo y entrega el cuerpo en las bondadosas manos de Dios.
Mientras la Hermana Gabriela entra en el cielo, mientras se siente revivir y estremecer ante la belleza del Señor, mientras experimenta una felicidad y un bienestar insospechado (Oficio de Lectura del viernes de la 29 semana, Carta de San Agustín a Proba), y exclama “¡qué deliciosa es tu morada!”, nosotros aquí en la tierra nos disponemos a ver, ya para siempre, su puesto vacío y sentir su ausencia, porque “algo se muere en el alma, cuando un amigo se va… ese vacío que deja… es como un pozo sin fondo que no se vuelve a llenar”.
Pero, dejemos que Dios nos hable de Hermana Gabriela a través de su palabra. Todos hemos escuchado más de una vez aquellas palabras de san Juan de la Cruz, nuestro gran poeta místico: “Al atardecer de la vida nos examinarán de amor” (Juan de la Cruz).
Acaba de ser proclamado el texto de 1 Corintios 13. ¡Lo hemos escuchado tantas veces! ¡En las celebraciones de matrimonio! ¡En las profesiones religiosas! Es un canto a la Alianza sin vuelta atrás. Hasta nuestros artistas han captado la belleza del texto y lo han interpretado con nuestros sentimientos: ¡El amor! Es la espera sin límites, es la entrega sin límites y es la disculpa sin límites, sin límites. No es egoísta, ni se irrita, no. El amor, cree todo sin límites, aguanta todo sin límites y es generoso sin límites, sin límites. No tiene envidia, ni sabe contar, no pide nada.
Gabriela, probablemente, ha obtenido una calificación muy elevada en el examen de amor. Amó a su familia, amó a sus hermanas de comunidad, fue amiga fiel, cultivó las redes de la relación, amó a sus alumnas y alumnos, amó a la juventud y se interesó por ella… Amó apasionadamente a África, hasta hacerse en su corazón ciudadana ruandesa. Amó y sufrió por amor y vio el horror, la guerra, la matanza. Y nada, nada la echó para atrás. Ella fue para los empobrecidos y violentados mujer samaritana, ángel protector, María Rafols en África.
Gabriela soportó otra guerra, que se desató en su cuerpo. Una guerra callada, trasladada silenciosamente de un lugar a otro. Esa guerra fue desolando su territorio progresivamente. En este caso, Dios Padre le envío ángeles que la acompañaron, cuidaron, en un momento u otro. Muchas y muchos de los que estáis aquí habéis sido para Gabriela ángeles, con vuestra amistad, fraternidad, con vuestra cercanía, vuestras sonrisas y saludos. Habéis sido mensajeras y mensajeros de Dios para cuidar a su hija querida. Quizá por eso la guerra en su cuerpo, no le borró la sonrisa ni el amor. En la batalla última el cuerpo quedó rendido, dispuesto para la última consagración, en ese pequeño montículo, fuera ya de Guadalajara, ese Calvario donde también mueren vuestros seres queridos.
La breve lectura del Evangelio (Lc 10, 21-22) nos coloca ante una situación muy peculiar de Jesús: lo invade una enorme alegría, el Espíritu Santo lo inspira y exclama; Abbá… te bendigo porque has ocultado estas cosas a sabios… se las has revelado a los pequeños”. Jesús revela a los pequeños sus misterios.
Para vosotros, los hermanos y hermanas de Gabriela, ella es la Pequeña. Y sé que en ella habéis descubierto esa relación de Jesús que la hace portadora de alguno de sus secretos. Él. Y es que nuestro Dios no necesita gente orgullosa para hacer grandes obras; le basta con los sencillos.
De seguro que recordareis las lecciones de sabiduría que ella os dio. En la 24 Semana Nacional de Vida Religiosa, titulada “Salí tras ti clamando… y eres ido” Hermana Gabriela tuvo una intervención que ahora quiero evocar: se titulaba “Experimentar a Dios en Ruanda”. Era entonces maestra de novicias ruandesas y quiso ser acompañada en su intervención por una de sus novicias (Berthilde) y una postulante (Flavienne). Tituló su intervención “Discernir… en pie de guerra” y solo quiero citar algunas de sus frases:
“¿Dónde lo he encontrado? En los niños, en las personas mayores, en los acontecimientos en verdaderas intuiciones para acudir allí donde hace falta en el momento preciso. Experimenté que tenía que llegar a hacer milagros. Os confío que me faltó la fe…. A partir del tercer día (9 de abril 1994) empezaron a llegar los refugiados a la parroquia Esa gente no tenía palabras: todo su ser, su mirada, su forma de estar eran “palabra”. Allí estaba Él. Entre los refugiados no faltaron gestos de acogida, de solidaridad, atendiendo al más cansado: no se tumbaron en los bancos o en el suelo para dormir sin antes rezar…. El acoger a los refugiados se imponía. No dábamos abasto para prepararles comida… Cuando el número nos desbordó, llegaron a ser más de tres mil, hubo que reducir la ración”
Cuando los extranjeros escapaban del país, confiesa Gabriela
“no me fue fácil mantener la cabeza en su sitio. Señor, ¿qué hacemos? me preguntaba. En nuestros ratos de encuentro, en la comida, al escuchar las noticias, no faltaban, mezcladas con el miedo, esas frases de la gente joven que no teme a la muerte. Las novicias decían: “Si vienen a matarnos nos iremos a la capilla y que nos maten juntas, pero haremos los votos antes”… Me fui a la capilla del noviciado y allí, de rodillas, pedí al Señor que me inspirara. Solo me vino con fuerza esta idea: ¿es que mi vida vale más que la de mis hermanas ruandesas, para que tenga que ponerla a salvo? Sentí que Él había muerto por todos. Opté por correr la misma suerte. Esto implicaba aceptar el morir. Surgió muy vivamente en mí el recuerdo de mi madre, mis hermanos y amigos. Lo sentía por ellos. A partir de ese momento me sentí fuerte. Ya estaba decidida. Cuando comunicó la decisión de quedarse en Ruanda, dijo: “Si estoy enseñando a las novicias que nuestro carisma es la Caridad hecha hospitalidad en grado heroico, hasta dar la vida, no puedo abandonarlas”.
¿No es esto sabiduría? ¿No es alianza hasta la muerte con Jesús?
Gabriela ha escrito una bella página en la historia de la Iglesia y de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana. ¡Cuánto se lo agradecemos a nuestro Dios! Solo me queda pediros, hermanas y hermanos, que cuando recemos el Padre nuestro, al decir “que estás en los cielos” tratemos de contemplar a su lado a quien aquí hemos visto tantas veces en la tierra. Y es que Gabriela hoy, ha subido al podio y le ha conseguido la copa de la caridad hecha hospitalidad, quienes la han precedido: María Rafols y Juan Bonal.
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