Por fin se acomodaron en el avión. Después de una hora de espera, de ida y vuelta, dirían los pasajeros ¡por fin! Y no sabían que emprendían el camino hacia la muerte. Les esperaba en ese instante mágico en el que un avión se desprende de la tierra e inicia su vuelo. Y de repente… el fuego, la caída y la muerte de la mayoría de los pasajeros y de la tripulación. Dos bebés, muchos niños, familias, jóvenes, adultos… Eran las 14.35 del día de ayer.
Mi primera mirada se dirige al “Padre nuestro que está en el cielo”, al Abbá. Proclamamos que su Alianza con nosotros, los seres humanos es ya definitiva, sin vuelta atrás. Que hay un pacto irrompible con la humanidad en el que estamos mutuamente comprometidos. ¿Ha fallado algo en el pacto para que suceda aquello que nuestro buen Dios nunca hubiera querido que sucediese? El Dios bueno no puede desear que se interrumpa de una manera tal brutal la vida que él mismo ha diseñado y creado: “el és amigo de la vida” (Libro de la Sabiduría). El Abbá no puede ser responsable de un acontecimiento tan horrible. De seguro que inmediatamente envolvería el campo de la muerte con su presencia y sus lágrimas: “sed compasivos como vuestro Abbá es compasivo”, nos decía Jesús. Y me lo imagino allá, llorando, lamentándose por cada uno de sus hijos e hijas: reconociéndolos uno a uno, dándoles su beso de vida, ofreciéndoles su más exquisita hospitalidad, tomando ya el protagonismo que aquí en la tierra no le concedemos. No me puedo imaginar al Abbá tomándoles cuentas de su vida pasada, ni sometiéndolos a un juicio implacable, sino más bien dándoles su pésame, y tratando de conectar con sus familiares, amigos y toda nuestra nación, para darnos luz, y hacer que nuestra libertad sea instrumento de vida y no de muerte.
Mi segunda mirada se dirige a los grandes negocios del transporte. Los propietarios y dirigentes del transporte humano rinden con no poca frecuencia culto al Dios Mammón. Por dinero provocan atrasos, huelgas, aprovechan los espacios al máximo en pro de la ganancia, maltratan a los seres humanos, los abandonan a su suerte, no son escrupulosos en sus revisiones, engañan a veces en lugar de informar, creab cadenas de responsabilidades de modo que al final nadie la asume… Se resignan demasiado fácilmente al “accidente”, que al parecer surge por generación espontánea. Y es que el maldito capitalismo salvaje nos vuelve esclavos del dinero e idólatras de ese dios de muerte, que se convierte en el dios de todos los dioses Es un dios sin compasión, sin entrañas, sin lágrimas. Todo lo realiza desde el cálculo.
Mi tercera mirada se dirige ante los “servidores públicos”. Los medios de comunicación nos hacen ver enseguida cómo se despliega inmediatamente toda una red de servicios, que impresiona, que alivia. Allí hay mujeres y hombres que acogen, atienden, se acercan al lugar del drama, se vuelven “samaritanos” y “samaritanas” de quien lo necesita. Ellas y ellos salvan vidas humanas, tal vez despiden a quien se está muriendo, se horrorizan ante lo que se desata ante sus ojos, pero sienten la fuerza interior de la compasión y de la ayuda. Se olvidan de sí mismos y de lo suyo. Se les ve inquietos, actuando coordinadamente hasta la extenuación de sus fuerzas. Admirables son todas aquellas personas que interrumpen su descanso, sus vacaciones, que desbloquean sus horarios de trabajo, para ayudar, consolar, hacerse presentes.
¡Psicólogos! y ¡algunos sacerdotes! En esos momentos de emergencia los medios de comunicación resaltan mucho el tema de la “ayuda psicológica”. Aparecen inmediatamente expertos que ofrecen especialmente a los familiares la ayuda psicológica que necesitan para afrontar una situación tan terrible. A algún medio de comunicación se le escapa decir que también se hicieron presentes “algunos sacerdotes”. Me llamó mucho la atención que en un determinado “medio” trataran de deshacer un equívoco: alguien debió decir que los familiares comenzaron a reunirse en la capilla del aeropuerto; el informador precisó: “¡No! Se trataba de una sala adaptada para la circunstancia al lado de la capilla” y añadió “¡No hay que confundir las cosas!”. Yo me pregunto: ¿es que la Iglesia solo tiene espacio reconocido en el momento del “funeral”? ¿No es, o debería ser, la Eucaristía de despedida el gran Sacramento psicológico que nos ayuda a superar trances tan horribles? En la celebración de un funeral no deberíamos recurrir al “tópico” que tan bien se han aprendido los cineastas para reproducirlos como autómatas en sus películas. En la celebración de un funeral deberíamos transmitir a la comunidad humana aquello que el Espíritu de verdad quiere transmitir: la compasión inmensa del Abbá, que llora por sus hijas e hijos, la cercanía samaritana de Jesús, sacramentalizada en tantas ayudas solidarias y el exorcismo de Jesús ante tanto diablo como puebla la tierra, y la potencia del Espíritu recreador que vivifica. Tantos y tantos funerales…. ¿nos devuelven la esperanza? Estos han de comenzar mucho antes de la celebración: cuando los mensajeros y mensajeras de Jesús, los buenos samaritanos y samaritanas entran en la acción de la compasión, la solidaridad, la ayuda. ¿Tiene la Iglesia grupos de laicos, relgiosos,religiosas, reconocidos públicamente, preparados para emergencias como ésta?
Mi última mirada se dirige hacia los familiares y amigos y conocidos. Intuyo una gran comunidad humana que sufre, que llora desconsolada, que se pregunta, que se encuentran con los más disparatados sentimientos en el corazón. Como ellos, también nosotros, percibimos qué amenazada está la vida, en cuánta inseguridad nos movemos, qué frágiles son los lazos humanos. Habrá personas que le pregunten a Dios, porqué ha permitido ésto. Dicen que el Comité central de las Olimpiadas no le permitió a España llevar brazalete negro en sus competiciones, porque de permitirlo todos los días habría luto en la Olimpiadas. Y es que la muerte nos acompaña todos los días. Todos, pero especialmente, los familiares y amigos, entramos en días de luto, de duelo. Quiera el Espíritu Santo, a través de sus agraciados y agraciadas, infudir ánimo en el duelo en tantas personas. Quiera nuestro Abbá que nos volvamos más compasivos, según su corazón. Que Jesús nos inspire para encontrar redención en nuestros errores y acabar con los ídolos que nos matan.
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