El texto de Mt.7, 12 es ante todo, una descripción de nuestro Padre Dios. Jesús nos lo propone como ejemplo de compasión y de amor aun en las situaciones más adversas.
“A vosotros os digo: ¡Amad!”
Este es el imperativo de Jesús: ¡Amad! Amor nos habita y, por eso, podemos activarlo en nuestras relaciones con los demás. Lo que ocurre es que, frecuentemente, se nos bloquea ante ciertas personas y queda encerrado en nosotros: ¡los enemigos!
Esta palabra “enemigos” admite una amplia gama de tonalidades: desde el que no es amigo, hasta el que es nuestro antagonista sistemático, nuestro adversario. Puede ser “enemigo nuestro” una persona individual, un grupo, un partido político, una categoría social, toda una nación o incluso una raza o religión… El odio visceral tiene muchas expresiones.
Que sintamos así es normal, porque también nos habitan las fuerzas que bloquean e impiden el amor, lo que hemos llamado el “pecado original” y sus consecuencias. Bloquea nuestro amor el no ver en el “otro” nada digno de nuestro amor, bien sea porque no lo vemos (¡estamos ciegos!) o porque no queremos verlo; así tenemos razones para despreciarlo y para sentir que su existencia no merece la pena y que si desaparece o se le hace desaparecer “no se pierde nada”. Los instintos asesinos aparecen fácilmente en nuestro corazón. De ese instinto se dejaba llevar Abisay cuando irrumpió de noche con David en el campamento enemigo de Saúl. David, sin embargo, contempló en el enemigo, nada menos que al Ungido de Dios y, por eso, lo respetó y lo amó.
Quien no ama a los “otros” hace palidecer en sí mismo la imagen de Dios -Amor y Compasión- o incluso la deteriora. Jesús quiere que esa imagen de Dios rebrote con todo su esplendor en nosotros. Por eso, nos pide lo que ya no es imposible: ¡Amad a vuestros enemigos! ¡Ama a esa persona que tanto criticas, a ese grupo que te resulta repelente, a ese pueblo al que quisieras hacer la guerra y que siempre obtiene de tí desprecios. Jesús nos pide que “no consintamos” en nosotros la presencia del odio. Para ello, nos da algunas pistas prácticas:
Si alguien es violento contra tí ( “te hiere en la mejilla derecha”), ¡actúa!, ¡no te resignes y te calles!, pero con la no-violencia activa. “¡Ponle la mejilla derecha!” y hazle ver su conducta violenta para que se abochorne, se avergüence y cambie. Si alguien te roba algo, utiliza, una vez más, la no-violencia activa. ¡Házselo ver! y muéstrate excesivamente generoso, para que aprenda el arte de amar. Hazle entender que te interesa más él que las cosas que tienes. Si alguien te pide, ¡dale! y ¡abundantemente, sin tacañería! Ofrécele una medida colmada, rebosante. Jesús en Caná y en la multiplicación de los panes, ofreció sus dones con generosidad… hasta sobrar.
Bendecid, no maldigáis; orad por los que os persiguen
Lo más sorprendente de esta enseñanza ética de Jesús es la afirmación de que ese es el modo de conducta de nuestro Abbá, de nuestro Padre Dios. Él nos ama sin condiciones, nos comprende, nos excusa y se pone generosamente en nuestras manos para que nos demos cuenta de nuestro mal. Su pedagogía no es de imposición, sino de humilde “poner la otra mejilla” hasta que nos demos cuenta de nuestro mal. Jesús fue el “Hijo del Altísimo”. Así se lo anunció el ángel Gabriel a María. Ahora nos anuncia Jesús, que si amamos a nuestros enemigos como el Abbá, también nosotros seremos “hijos del Altísimo”.
El viejo Adán, el terreno, ha dejado en nosotros la semilla del desamor y del odio. ¡Esa es nuestra condición! Por eso, no nos debemos extrañar por sentirnos habitados por tales sentimientos oscuros hacia personas y grupos. El nuevo Adán, el celestial, nos ofrece y entrega su Amor, que purifica y ennoblece nuestros amores. Así podemos asemejarnos a Dios en el Amor. Seguiremos sintiendo… pero ¡no con-sentiremos! con los odios del viejo Adán. Y al no consentir, brotará en nosotros el amor como perdón, hospitalidad, comprensión, espera.
El amor a los enemigos es la muestra suprema de la perfección del Amor. Cuando uno siente ese amor, que se alegre, porque Dios le ha concedido el mejor regalo. Porque si amáis únicamente a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?
Una aplicación de todo ésto la encontramos en la situación actual de la sociedad y la Iglesia en ella. Parece ser que por muchas partes nos critican y nos ofenden. Nuestra reacción más espontánea podría ser la de defendernos, o si no la de callarnos y seguir nuestro ritmo a base de afirmar lo que tenemos que afirmar y escribir lo que tenemos que escribir. ¡Ese no es el estilo que Jesús nos pide! Hemos de reaccionar como él: ¿si he hablado mal, muestra en qué? Y si no, ¿porqué me hieres? Quienes formamos parte de la Iglesia hemos de tener la suficiente valentía y humildad como para pedir a los demás que nos muestren en qué hemos hablado o actuado mal. La Iglesia no se debe cerrar al diálogo con la sociedad. No debemos asumir el oficio de jueces, que solo ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el suyo. No nos hemos de dejar llevar por fobias, por memorias que nos envenenen las relaciones. Estamos en un buen momento para hacer que el Amor resucite en nosotros.
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¿ Y porqué la Iglesia es cada vez más criticada y abandonada?
No se trata de no defenderse, sino de que la Iglesia tenga una conducta INTACHABLE. Y cuando hay que pedir perdón, se pide. Y cuando hay que denunciar a un colega, se hace.
SE CAE EN EL MISMO ERROR QUE EN TODAS LAS ORGANIZACIONES.
No os estáis dando cuenta (me refiero a los responsables) que utilizáis un lenguaje anticuadísimo, por no decir arcaico, que la gente no entiende lecturas ni ritos?
¿Por qué se ha utilizado la ignorancia o la miseria humana de la gente para manipularla?
Es una pena que la Iglesia Católica en España cuente con unos medios con los que puede aliviar a tantos corazones heridos y no pueda llegar a ellos por su ORGULLO EXACERBADO Y SU OPACIDAD.