¡Alleluya, María!

resurreccionDiversas películas -estrenadas en estos últimos años- nos muestran la zozobra de María ante los relatos de apariciones de su Hijo Jesús a las discípulas y discípulos. Los fieles cristianos, por otra parte, nunca ha comprendido del todo que María, la madre, pudiera quedar excluída de una experiencia tan reconfortante.

Los teólogos simplemente han omitido cualquier reflexión al respecto, dado que el Nuevo Testamento no transmite ningún texto referido a una posible aparición de Jesús resucitado a su Madre. Respetemos, ante todo, el silencio neotestamentario. No hablemos de aquello que no nos fue transmitido.

Pero tratemos de acercanos al misterio que celebramos este día de Resurrección.

Llega la hora de la máxima discreción. El acontecimiento quedó sustraído a nuestros ojos y experiencia. Sólo llegamos a él por sus consecuencias. Al llegar el día tercero, se rompió el silencio del Abbá de Jesús. Su santa Ruah, que en la cruz había sido ex-pirada por el cuerpo de Jesús, reaparece y se aproxima al cuerpo-cadávez. Abba y Ruah hacen de la tumba su santuario y de la noche oscura el velo de su discreción. Se hace la luz, como el primer día de la Creación. El Abbá recupera su identidad paterno-materna y exclama: “Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy! El Espíritu se derrama sobre el Cuerpo, hacer germinar el grano de trigo que ha muerto, despliega toda la impresionante belleza del cuerpo, lo expande, lo convierte en punto cósmico de encuentro, en agente de contacto total, en presencia amorosa y transformadora. La tumba se vuelve el santuario más bello, más luminoso. Y se escucha la primera oración del Amado resucitado: “tú eres mi Abbá, por ti madrugo… toda mi vida te bendeciré… mi alma está unida a tí y tu diestra me sostiene”.

Nadie pudo ver el acontecimiento… únicamente las consecuencias: la tumba vacía, el desconcierto de los guardias, la inquietud de las discípulas y discípulos. Y… después… los rumores y relatos. María de Magdala relata su encuentro con Jesús en términos simbólicos que nos evocan un encuentro de amor en el jardín del Cantar de los Cantares. Las mujeres lo encuentran en el camino, como una gran corazonada que las vuelve intrépidas, confiadas y transforma su pena en absoluta felicidad. La pareja de Emaús se siente sobresaltada por los relatos; en su camino de dimisión se encuentran con el invisible que hace arder el corazón. Los Once lo presienten en aquel que parecía un fantasma, lo acogen cuando se reúnen con él en torno a los peces y el pan, o cuando reciben su “ruah” en el cenáculo….

Las llamadas apariciones permiten el contacto con el Resucitado, pero están todas ellas mediadas por “la forma” y el espacio diverso y a veces contradictorio: jardinero, fantasma, caminante, cenáculo, camino, Galilea, Jerusalén. La aparición es, sobre todo, iniciación, mistagogia, primer contacto con el Misterio de la Vida que el Abbá ofrece a su Hijo, a sus hijos e hijas, a sus “hijos e hijas amados”, más allá de la muerte. Aparece lo que ya nunca desaparecerá. La fe habrá de habituarse a la Vida eterna.  Jesús es la Primicia y después… toda la humanidad.

María, la madre Jesús, ¿quedaría ya ahora excluida de la Resurrección-Generación del Hijo? ¿Volvería todo al origen eterno del Abbá que engendra al Hijo sin el concurso de la “mujer”? ¿Será el día de la resurrección un día sin María, sin el icono de la madre de Jesús de Nazaret?

No me resigno a dar un “sí” a estos interrogantes. Me parece que nuestro Abbá no se arrepiente de sus promesas, ni de sus hechos más relevantes. ¿Porqué no decir que el día de la Resurrección, María vuelve a ser convocada como en el día de la Encarnación? Si el día de Pascua hay ángeles que anuncian a las mujeres “No está aquí, ha resucitado”, ¿porqué no decir también que hay un ángel que le dice: “Alégrate, agraciada, tu Hijo ha sido resucitado”? ¿Porqué no decir que su “fiat” comparte la acción generadora del Abbá y contribuye a la nueva creación? ¿Por qué no decir que la Pietà es como la tumba humana, de la que elAbbá y la Santa Ruah hacen su santuario primero oscuro, y después luminoso, para la resurrección?

Aquel a quien mereciste llevar, resucitó (“Quem meruisti portare, alleluya, resurrexit”).

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