¡Indignación!

¡Indignación! He aquí una palabra que no es políticamente correcta, en la sociedad y también en la Iglesia. Se nos ha enseñado a dejar de lado todo tipo de indignación. Se nos ha pedido en no pocas ocasiones, la resignación y la obediencia. Pero ¿indignarse? Sin embargo, nuestra tradición cristiana ha contado con la indignación en no pocas ocasiones: la indignación de Moisés, la indignación del pueblo, la indignación de los profetas, la indignación del mismo Jesús en el Templo, y del mismo Dios cuando su pueblo es infiel a la Alianza.

Hoy tenemos gente antisistema que manifiesta su indignación. La profecía laica de los contestatarios nos trae mensajes que deberíamos escuchar. La indignación ha entrado en una guerra de interpretaciones: unos creen que se debe a A y otros que se debe a B. Pero ¿quién sabe si en lo que hay detrás-detrás… hay algo que viene del Espíritu?

El fenómeno

El fenómeno político al que, en estos días estamos asistiendo, merece una reflexión y no debe ser inmediatamente desechado.

  • Se trata de la “manifestación de indignados” que reúne a varios miles de personas en toda España: intentan representan a miles de “desempleados, mal remunerados, subcontratados en precario, hipotecados”  a jóvenes y mayores antisistema. Exigen “un cambio de rumbo y un futuro digno” y protestan contra las “reformas antisociales” que solo benefician a los poderosos; se niegan a ser “mercancía en manos de políticos o de banqueros”.
  • La gran convocatoria se hace a través de las “redes sociales” en internet. Es decir, utilizan las posibilidades de las nuevas tecnologías para la inter-comunicacion y movilización. Ahora han decidido aparecer públicamente en las calles y plazas.
  • Donde se renuncia a los controles internos y se defiende una democracia real, es fácil que se hagan presentes grupos o personas que con su conducta niegan aquella democracia que defienden y traten de utilizar esta plataforma para reconducir todo a sus propios intereses partidistas, excluyendo a los que no comparten su visión.
  • Los indignados constituyen un grupo completo e inter-: “Unos nos consideramos más progresistas, otros más conservadores. Unos creyentes, otros no. Unos tenemos ideologías bien definidas, otros nos consideramos apolíticos. Pero todos estamos preocupados e indignados por el panorama político, económico y social que vemos a nuestro alrededor. Por la corrupción de los políticos, empresarios, banqueros…”.

La “indignación”


He aquí una palabra llena de significación: in-digno es aquello a lo que no se le reconoce su dignidad. In-dignado es aquel ser humano que se siente despreciado, marginado, desplazado, desatendido… La indignación surge cuando uno toma conciencia de su dignidad y constata cómo esa dignidad es pisoteada, despreciada, dejada de lado.

Indignarse es una auténtica reacción ética. Es una señal de alarma que indica la inhumanidad de algo que está aconteciendo. La indignación tiene mucho que ver con la “ira de Dios” de la que tanto nos habla la Biblia: cuando Dios no ve respetado su honor, su dignidad, Dios se indigna. Dios quiere que sea santificado su nombre. Lo mismo ocurre al ser humano cuando no son reconocidos sus derechos y cuando se siente tratado como “mercancía”.

En la medida en que crezcamos en conciencia de nuestra dignidad como seres humanos, como imágenes y semejanzas de Dios, en esa misma medida nuestra indignación crecerá ante los desprecios de la dignidad humana en otros o en nosotros.

Las nuevas tecnologías nos están permitiendo crear redes sociales a través de las cuales podemos expresar nuestra indignación y unirnos a otros que expresan la suya. Las redes se están convirtiendo en amenazas a sistemas que se creían demasiado protegidos contra toda forma de desacuerdo o crítica. Las redes son medios de comunicación todavía no demasiado controlados que pueden hacer surgir inquietudes, alternativas.

Antisistema y nuevo paradigma

Cuando la indignación crece y surge desde diversos frentes algo quiere decir que la sociedad o la iglesia requieren un cambio a fondo. La teoría social nos habla de épocas en las cuales surge un nuevo paradigma, un nuevo esquema para entender la realidad. Ser antisistema es el primer paso para declarar al sistema imperante obsoleto e incapaz de servir a la sociedad. Los antisistema no creen en los partidos políticos, en las reparticiones del poder, en los sistemas económicos imperantes, en la cultura que a través de ellos se transmite.

La misma contestación antisistema contiene probablemente los gérmenes de un nuevo paradigma que se irá poco a poco estableciendo. Comienza así la jubilación de la progresía congelada y del tradicionalismo obstinado. Se quieren abrir pasos nuevas generaciones, minoritarias en sociedades envejecidas, que traen el frescor del Espíritu a la sociedad y a la Iglesia.  Hay que ser sabios para entender que hay que dar paso a lo nuevo, a lo joven, a las ideas que hasta ahora no se han puesto en práctica, a los sueños que todavía no se han hecho realidad.

Podemos pedirle a ese personaje simbólico que llamamos “policía” que disperse toda manifestación de indignados, pero de poco servirá. Hoy existen redes que transmiten la indignación, que dan voz a los sin voz, que hasta ahora superan todos los controles.

Crisis de liderazgo

He visitado la puerta del Sol. Al contemplar a quienes allí están reunidos, acampados, evoqué el espectáculo de miles de personas en torno a Jesús en el desierto que estaban como “ovejas sin pastor”. Hay en nuestra sociedad un anhelo muy profundo de un nuevo tipo de liderazgo, de gobernanza. Necesitamos otro tipo de gobierno.

Y yo me pregunto si no será el mismo Dios quien se expresa a través de tanta indignación como puebla el planeta, si no será el mismo Espíritu el que empuja nuestra historia para que emerja un nuevo paradigma, un sistema más dignificador, porque él nos creó a todos con una dignidad inmensa: “lo hiciste poco interior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad”.

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