Hoy celebramos conjuntamente a dos personajes únicos en el origen de la Iglesia: Simón Pedro y Saulo de Tarso.
Dividiré esta homilía en cuatro partes:
Pedro: la roca y la fragilidad
Pablo: el rayo y la razón
Danza de contrastes y un solo Evangelio.
Hacia un nuevo amanecer
Pedro: la Roca y la Fragilidad
Su fe fue impetuosa: caminó sobre las aguas… pero se hundía (Mt 14:28-31). Confesó a Jesús: “Tú eres el Cristo” (Mt 16:16), pero también lo negó la noche de Getsemaní (Jn 18:15-27). Jesús lo denominó “roca” elegida, pero temblorosa, y, a pesar de ello, edificó sobre ella su iglesia. A pesar de la traición le pidió amor para continuar siendo pastor. En Pedro se encarnó la autoridad pastoral y el testigo fiel de Jesús, pero en fragilidad humana asumida y transformada en servicio.
Pablo: El Rayo y la Razón
Pablo amenazó -con celo fariseo- a los seguidores de Jesús. Un destello lo derribó: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hch 9:4). El perseguidor se convirtió en el Apóstol de los Gentiles. Se puso al servicio incondicional del Evangelio. Escribió cartas ardientes, fundó comunidades a pesar de los peligros, debatió en el Areópago (Hch 17:22-34). Fue misionero incansable, teólogo abierto a todos los pueblos. Su cruz: el sufrimiento físico y la incomprensión constante, “llevando en el cuerpo la muerte de Jesús” (2 Cor 4:10).
Danza de los Contrastes y un solo Evangelio
No hubo -entre ellos- armonía fácil: un serio conflicto en Antioquía (Gál 2) entre Pedro -guardián de la tradición- y Pablo -heraldo radical de la libertad en Cristo. Juntos, guiados por el Espíritu, nos enseñaron el camino. Pedro y Pablo se reconocieron mutuamente: fueron Raíz y Expansión, Estabilidad y Movimiento. Tradición viva y Profecía audaz. Los dos murieron en Roma y quedaron unidos “para siempre”, como columnas gemelas que sostienen el mismo edificio.
Hacia un nuevo amanecer
El sucesor de Pedro, León XIV está llamado a sintetizar las virtudes de Pedro y Pablo: combinar tradición, audacia, misericordia y diálogo. Debe ser roca para sostener y rayo para iluminar, guiando a la Iglesia hacia nuevas fronteras con valentía y esperanza.
León XIV está llamado a ser “Misionero Audaz y Profeta del Encuentro”. Debe poseer la valentía paulina para llevar el Evangelio a las nuevas “fronteras” existenciales, culturales y digitales, dialogando con el mundo como Pablo en el Areópago. Necesitará la claridad teológica para iluminar los desafíos contemporáneos y la pasión por la justicia que caracterizó al Apóstol.
Conclusión
Pedro y Pablo. Dos caminos, una fe. Dos carismas, una Iglesia. Su danza dialéctica es el alma de la misión cristiana. El nuevo Papa está llamado a escuchar su eco: a ser roca que no teme al mar, y rayo que ilumina sin quemar; pastor que conoce el olor de las ovejas, y misionero que cruza desiertos por amor. Que su ministerio sea un puente vivo entre la firmeza de Pedro y el fuego de Pablo, para gloria de Dios y servicio del mundo. Amén.
El ADN es una metáfora poderosa que sugiere la búsqueda de la identidad fundamental o el “código genético” de una comunidad. En este contexto, “descifrar el ADN parroquial” implica descubrir los elementos esenciales que definen a una parroquia en términos de su propósito y función dentro de la Iglesia.
La sinodalidad se refiere al proceso de caminar juntos, lo que incluye la comunión, la participación y la misión. En este sentido, la frase sugiere que el descubrimiento del ADN parroquial está directamente relacionado con cómo las parroquias viven y cumplen su misión en un contexto sinodal.
La exhortación apostólica “Evangelii Gaudium” nos invitó a ser “iglesia en salida”. El papa Francisco nos ha dicho que «la Iglesia – “la parroquia”- no es un museo, es un hospital de campaña». El último Sínodo, por otra parte, soñó con una transformación sinodal de todas nuestras nuestras parroquias. De esto vamos a tratar.
Dividiré esta reflexión en tres partes:
I. La Sinodalidad: llamada a la conversión pastoral
II. La Parroquia (par-Oikía) en la Ecología (oiko-logos) del Espíritu
III: De parroquia de mantenimiento a parroquia Misionera
I. La Sinodalidad: Conversión y Prácticas
1. La conversión a la Sinodalidad
El “Documento final” del Sínodo de los Obispos reconoce que “la sinodalidad exige arrepentimiento y conversión” (Doc. n.6). Hablar de conversión es referirse a la “metánoia”, es decir al cambio de mentalidad. La sinodalidad no es una estrategia democrática, sino una auténtica espiritualidad que debe impregnar la vida cotidiana de los bautizados y todos los aspectos de la misión de la Iglesia. La sinodalidad requiere: escucha y contemplación de la Palabra de Dios y conversión del corazón (Doc. 43). Esta conversión ha de acontecer en diversos ámbitos:
Conversión pastoral y misionera: que afecte a los sentimientos, imágenes y pensamientos (Evangelii Gaudium ) (EG. 30; Doc. 11).
Conversión espiritual y estructural: la Iglesia ha de ser más participativa y misionera para caminar con cada ser humano irradiando la luz de Cristo. Si falta la profundidad espiritual personal y comunitaria, la sinodalidad se reduce a un expediente organizativo (Doc. 43. 44).
Conversión relacional, cuidando las relaciones porque esa es la “forma en que Dios Padre se ha revelado” (Doc. 50).
“Conversión contextual”, pues en los contextos se hace presente la llamada universal de Dios a formar parte de su Pueblo (Doc. 53).
Conversión a nuevos estilos de liderazgo: transparente, no clericalista (Doc.96-97), porque esta sinodalidad no es un método, es una identidad.
2. Prácticas que favorecen la sinodalidad
a) Sin-odo y Met-odo y peregrinación
La sinodalidad no es solo un método, sino una identidad. Sin-odo y met-odo son dos versiones de un mismo término. Si el término “hodos” significa “camino”, sin-odos se refiere al “camino que se recorre con otros”; y mét-odo a las normas y estilo del camino.
¿El camino sinodal hacia dónde conduce? La meta es siempre utópica. Cuando se camina hacia una meta misteriosa ese camino conjunto reviste el nombre de “peregrinación”.
b) El estilo de la sinodalidad: conversaciones en el Espíritu
“¿De qué hablabais por el camino?”. Esta pregunta de Jesús a los dos discípulos de Emaús nos ofrece un nuevo aspecto de la sinodalidad: las conversaciones en el Espíritu. Fue ésta la práctica común en las dos sesiones sinodales: en cada mesa redonda se realizaron múltiples conversaciones en el Espíritu. ¡No debates ni confrontaciones! ¡No lecciones de los más a los menos sabios! ¡Conversaciones en el Espíritu para escuchar y discernir la voluntad de Dios! Se desea ahora que la conversación en el Espíritu (que no es lo mismo que la conversación con tema espiritual) se extienda a toda la Iglesia y llegue también a las parroquias. En la conversación en el Espíritu está en juego la conversión: en ella se busca el querer de Dios en un clima evangélico.
II. La parroquia (par-oikia) en la Ecología (oiko-logos) del Espíritu
1. La Par-oikía o la Iglesia “al alcance de la mano”
Llama la atención la cercanía terminológica entre parroquia y ecología o ecumenismo, o economía. Parroquia significa “como una casa”. Hablamos de nuestro planeta como “la casa común” y del hábitat como ecología. La “economía” hace referencia a “las normas de la casa”.
Este acercamiento meramente terminológico nos puede hacer descubrir aspectos fascinantes de esta maravillosa realidad que son nuestras parroquias.
La parroquia es la figura de Iglesia inmediatamente perceptible y al alcance de la mano de cualquiera. Se define, ante todo, por un territorio, un espacio acotado en donde se sitúa una comunidad amplia de creyentes. En ese territorio está el centro operativo: un lugar de culto (templo, iglesia), la casa del párroco o pastor, espacios para reuniones, formación, oficinas; tal vez una escuela y un centro social. Es allí donde los creyentes se sienten comunidad, celebran su fe, se forman, disciernen los desafíos que la realidad les presenta, programan la misión y desde allí la realizan. La parroquia es el rostro el rostro más cercano de la Iglesia-Madre, la Iglesia “al alcance de la mano”.
La parroquia es el espacio de la cercanía, de la proximidad, la casa común. No es un palacio, ni una fortaleza.
2. La pertenencia: compañeros de camino y peregrinación
Se es miembro de una parroquia por el mero hecho de ser bautizado, compartir la fe y residir en un territorio peculiar.
Para ser feligrés no se requiere un determinado estilo de vida, ni estar agraciado con un carisma peculiar, ni asumir un compromiso apostólico específico.
La parroquia tiene una extraordinaria capacidad de acogida: es hospitalaria hacia los diferentes; desea que en ella todos se sientan como “en casa” sin distinción de edad, categoría social, afinidad de sentimientos u orientación política, puestos especiales… En la parroquia tienen cabida el anciano y el niño, el profesor y el analfabeto, el patrón y el obrero, el varón y la mujer, el justo y el pecador.
La parroquia participa de la gran maternidad de la Iglesia y muestra su fecundidad en el Espíritu de formas diferentes. Ella es la intérprete de la gran partitura del año litúrgico en cada una de sus Eucaristías, de las celebraciones de la vida en los diversos sacramentos.
La parroquia no es autosuficiente, ni una realidad totalmente completa. Forma parte de la Iglesia peregrina y particular, o de la diócesis, y desde la diócesis forma parte de la Iglesia universal o mundial. Por eso, está abierta a una comunidad más amplia que excede su propio territorio.
Cada parroquia se encarna en una determinada y particular bio-región de nuestro planeta y de nuestra geografía y reviste sus mismas características. Cada parroquia aporta su peculiaridad al ecosistema de la Iglesia católica y de nuestro planeta. Es una encarnación diminutiva del gran Misterio de la Iglesia. Y, por eso, nos preguntamos: ¿cómo una Iglesia parroquial debe re-configurarse en nuestro tiempo? ¿Cuál será el sueño del Espíritu respecto a ella?
3. Caminar Juntos en el Espíritu: renovación y estilo sinodal en la Parroquia
a) La experiencia sinodal en la Parroquia
Cada parroquia encuentra su modelo y estilo de actuación en la experiencia sinodal, que tuvo lugar en Roma durante las dos sesiones del Sínodo. Las mesas redondas no nos hablan de presidencias, ni puestos de honor. Tampoco de clases y divisiones. En la experiencia sinodal-modelo participaron por igual hombres y mujeres, el papa, los obispos, los presbíteros y los diáconos, juntamente con los laicos.; participaron por igual las iglesias situadas en zonas de prosperidad y en zonas de máxima pobreza o incluso persecución. El discernimiento se realizaba en comunidad y en corresponsabilidad. Se invocaba constantemente la presencia y ayuda del Espíritu Santo.
Este es el estilo sinodal que se pretende introducir en las Iglesias particulares, en las parroquias y comunidades cristianas. En ellas se conversa “en el Espíritu”, a partir de diálogos orantes donde todos tienen voz.
b) La experiencia sinodal: Eucaristía, consejos pastorales, inclusión radical
La celebración eucarística se convierte en el corazón de la vida parroquial. Es la primera y fundamental forma en que el Pueblo santo de Dios se encuentra y reúne. A través de la celebración eucarística, se significa y se realiza la unidad de la Iglesia En ellas se acoge en actitud de adoración la Palabra de Dios, que se derrama magistralmente sobre la comunidad todos y cada uno de los días del año litúrgico con sus diversos y multicolores tiempos (Doc. 26).
El documento establece un estrecho vínculo entre la asamblea eucarística (synaxis) y la asamblea sinodal (sínodos): en ambas está presente el Señor, aunque de diferentes formas (Mt 18.20) (Doc. 27).
Las parroquias cuentan con sus consejos pastorales: se pretende que sean dinámicos, con miembros diversos y capacidad de hacer propuestas.Es necesario facilitar el empoderamiento y la corresponsabilidad de cada uno. Entre todos intentan discernir la voluntad de Dios.
La parroquia incentiva la inclusión radical dando voz a quienes históricamente han sido silenciados. Se convierte así en “sociedad contraste”, como lo fue desde el inicio la comunidad de Jesús: en ella nadie es desechado. Por eso, integra a migrantes, personas con discapacidad u otros grupos marginados. En ella todos gozan de la ciudadanía de la Jerusalén del cielo.
III. De Parroquia de Mantenimiento a Parroquia Misionera
Para no engañarnos necesitamos detectar dos tipos de parroquia: un tipo de parroquia que opta por mantener lo existente y lo recibido de la tradición y el otro tipo de parroquia que se caracteriza por su energía sinodal y misionera y el deseo de responder al contexto en el que está ubicada. De hecho, se constata que las parroquias de mantenimiento fracasan y sin embargo las parroquias en misión y en salida son la respuesta que hoy el Espíritu nos ofrece.
El P. James Mallon ha sido y es uno de los grandes impulsores de la transformación de la parroquia. Su libro “Divine Renovation beyond the Parish” ha tenido un gran eco en toda la Iglesia. Allí analiza las causas del declive de las parroquias y diócesis y propone un modelo de renovación centrado en el liderazgo, la evangelización, la formación de discípulos y una cultura de adoración auténtica. Y su propuesta es: hay que transformar las parroquias de mantenimiento en parroquias misioneras y sinodales.
1. Parroquias de mantenimiento
Las parroquias tradicionales, destinadas a ser faros de renovación, a menudo se encuentran atrapadas en estructuras rígidas, incapaces de responder al palpitar del mundo actual. Sus características son alarmantes: el poder se concentra en los clérigos, sofocando voces y creatividad. La falta de visión las ancla en un pasado inmutable. La exclusión y la opacidad levantan muros de desconfianza.
Sin evaluación, el estancamiento es inevitable. Y el lenguaje, obsoleto, repetitivo, en lugar de inspirar, aleja a quienes buscan verdad. Es hora de sacudir el polvo y reimaginar la parroquia como un espacio vivo y relevante.
Imagina una Iglesia que no solo sobreviva, sino que florezca. Las parroquias en transformación misionera están revolucionando el modo en que vivimos la fe. Estas comunidades vibrantes se distinguen por su capacidad para entrelazar la fe, la esperanza y la caridad en un tejido dinámico.
En ellas, todos tienen voz: mujeres, jóvenes, migrantes, personas con discapacidad y más, creando un espacio donde todos se sienten valorados. La conversación en el Espíritu guía el camino, fomentando un liderazgo compartido y una corresponsabilidad misionera. Estructuras participativas y transparentes facilitan la toma de decisiones conjuntas, mientras que la acogida radical y el liderazgo facilitador promueven una cultura de servicio.
Estas parroquias no solo están en el centro, sino que salen a las periferias, llevando la luz del Evangelio a cárceles, barrios marginados y plataformas digitales. La evangelización kerigmática y el crecimiento en vitalidad misionera las convierten en verdaderos motores de cambio y esperanza. ¡Es hora de unirnos a esta revolución de amor y servicio!
¡Imagina una Iglesia que no solo sobreviva, sino que florezca! Las parroquias en proceso de transformación misionera están revolucionando el modo en que vivimos la fe.
Conclusión
Imaginemos una comunidad que no solo sobreviva, sino que florezca. Las parroquias en transformación misionera y sinodal nos ofrecen un modelo vibrante de comunidad, donde la fe se vive en acción. Estas comunidades no solo son espacios de fe, sino verdaderos motores de renovación y cambio.
Como dijo Margaret J. Wheatley, “No hay poder para el cambio mayor que una comunidad descubriendo lo que le importa”. ¡Es hora de unirnos en este sueño de una Iglesia en salida, donde todos somos protagonistas de la misión! ¡Vamos juntos, con entusiasmo y determinación, a construir comunidades que sean un reflejo vivo del amor y la solidaridad! Se lo merece nuestro carisma claretiano. ¡Soñando lo imposible, llegaremos a lo imprevisible!
Los primeros cristianos se sintieron responsables de transmitir con fidelidad a las siguientes generaciones el misterio y la celebración de la Eucaristía. Nosotros… también hoy. Pero ¿no es verdad que a lo largo del proceso de la tradición se introducen elementos extraños que no proceden de los orígenes? La Eucaristía puede “desfigurarse” e incluso resultar “irreconocible”. Pensemos hoy -día del Corpus Christi- en ello, siguiendo las tres lecturas.
Dividiré la homilía en tres partes:
La Eucaristía prefigurada La Eucaristía des-figurada Cuando la Eucaristía es celebrada
La Eucaristía pre-figurada
En la primera lectura del Génesis nos ha sido presentada la extraña figura de un rey de Salén -rey de paz-, llamado Melquisedec. Era el sacerdote del Dios de cielo y tierra: bendecía y su oblación era “pan y vino”. Abraham lo reconoció como sacerdote, se inclinó ante él y le ofreció el diezmo de todas sus posesiones.
El salmo 109 y la carta a los Hebreos rescataron la figura de Melquisedec como el Mesías-Sacerdote, el antecesor de Jesús, mesías y rey de paz, el que ofreció Pan y Vino en la última Cena, y antes en Caná -multiplicó el vino-, y después en el desierto -multiplicó los panes-.
¡El sacerdocio del pan y del vino es la clave para captar el misterio de la fiesta del Corpus Christi! El gran y único sacerdote de cada Eucaristía es Jesús, nuestro Mesías, nuestro rey de Paz. Él preside su Cena, como nos dice san Pablo en 1 Corintios: la “Cena del Señor”… no del papa, ni del obispo, ni de tal presbítero. ¡No desviemos la atención, ni releguemos a Jesús a un segundo puesto!
La Eucaristía -instituida por Jesús- puede caer en una grave deformación: cuando se convierte en escenario de protagonismos humanos (tanto de celebrantes como de fieles). La Eucaristía es un “encuentro estremecido con el Dios que nos visita”. La Eucaristía no es teatro, ni lugar para discursos teóricos. Es un espacio para el encuentro con Dios Trinidad y para la adoración. Es un encuentro transformador con el Resucitado. El clericalismo secuestra el misterio. El protagonismo laical lo trivializa. La Eucaristía debe ser el espacio en el que Dios irrumpe y no ritual humano que nos complace. El papa Francisco decía que “los excesos litúrgicos nacen de un exagerado personalismo”.
La Eucaristía está siendo hoy tema de debate no por cuestiones teológicas, como a finales del siglo pasado, sino por el “modo” de celebrarla y de vivirla. Es necesario que hoy volvamos a la Eucaristía “auténtica”, a la Eucaristía de la Pascua y no a modos perecederos, que más tienen que ver con el imperio, el poder institucional, con la escenografía televisiva, que con Jesús de Nazaret , pobre entre los pobres, marginado entre los marginados, Señor tras la muerte y la resurrección
Cuando celebramos la Eucaristía “del Señor” todo se vuelve transparente a su presencia, en la asamblea no hay primeros ni segundos puestos, rangos ni escalas, hombres y mujeres: el Señor nos ilumina a todos, está con todos nosotros: “con vosotros… con tu espíritu”; entonces la Palabra de Dios ofusca las palabras de los hombres. El Señor aparece en la Palabra.
Cuando celebramos la Eucaristía “del Cuerpo y Sangre” del Señor…: entonces dejan de tener importancia otros cuerpos, las idas y venidas de los celebrantes, los lugares que ocupan, cómo se visten, qué gestos hacen, cómo canta el coro, qué instrumento es tocado, quiénes llevan las ofrendas o hacen las lecturas; entonces sólo el Cuerpo del Señor y su Sangre merecen nuestra adoración, nuestra contemplación, nuestro más profundo amor y respeto. Entonces se descubre de forma nueva que “todos” sin excepción y en comunión somos el Cuerpo de Cristo. Sólo la totalidad es sagrada.
Cuando celebramos la Eucaristía…, “Dios está aquí… el Amor de los amores”: su presencia real lo ilumina todo. La misión se enciende. La comunión se hace fuerte. Comenzamos todos a tener un solo corazón, una sola alma, todo en común. Comulgar a Jesús se convierte en un regalo inmerecido, en una comunión con el Todo. Se comulga la Palabra, el Cuerpo y la Sangre: trinidad del don capaz de hacernos entrar en el más bello de los Misterios. ¿Qué estamos haciendo de nuestra celebración eucarística? Éste es un gran día para pensarlo y discernirlo, y para cambiar.
“La Eucaristía es un Pentecostés perpetuo. Cada vez que celebramos la Misa, recibimos el Espíritu Santo que nos une más íntimamente con Cristo y nos transforma en Él” (Papa Benedicto XVI)
[Estribillo] Oh, Misterio de amor, presencia viva, en pan y vino, Cristo nos convoca. Que la Eucaristía, pura y sencilla, sea el centro y la luz de nuestra hora.
[Estrofa 1] En la sombra del tiempo, Melquisedec ofrecía, pan y vino al Altísimo, rey de paz. Preludio sagrado de la Alianza prometida, eco antiguo que en Jesús se cumplirá. Sacerdote eterno, Mesías esperado, en la mesa del pobre Su Reino nos da.
[Estrofa 2] Mas, ¡ay!, si la mesa se llena de orgullo, si el rito se cubre de humana vanidad. El Misterio se esconde, la gracia se apaga, y el pan compartido se vuelve disfraz. No es teatro ni gloria, ni poder ni discurso: es Dios que se entrega en humilde verdad.
[Estribillo] Oh, Misterio de amor, presencia viva, en pan y vino, Cristo nos convoca. Que la Eucaristía, pura y sencilla, sea el centro y la luz de nuestra hora.
[Estrofa 3] Cuando juntos nos hallamos, sin rangos ni honores, y solo el Señor es el centro y la paz. La Palabra resuena, la Presencia ilumina, y todos, en Cristo, formamos unidad. El Cuerpo y la Sangre nos hacen hermanos, y el Amor de los Amores nos viene a abrazar.
[Estrofa 4] Hoy, día de Corpus, volvamos al origen, a la Cena sencilla, al gesto esencial. Que la Misión despierte, que la Comunión nos una, que la Eucaristía nos enseñe a amar. Comulgar es don puro, es entrar en el Misterio, es ser uno en el Todo, en la Vida inmortal.
[Estribillo] Oh, Misterio de amor, presencia viva, en pan y vino, Cristo nos convoca. Que la Eucaristía, pura y sencilla, sea el centro y la luz de nuestra hora.
Dividiré esta homilía en cuatro partes y una plegaria final:
Dios como Abbá, el Padre: origen y sabiduría
Jesús, el Hijo hecho hombre: mediador de la gracia y la esperanza
El Espíritu, guía hacia la verdad y la comunión
Un misterio que interpela y transforma
Dios como Abbá, el Padre: origen y sabiduría
La primera lectura de Proverbios 8 nos presenta la Sabiduría como compañera de Dios desde el principio, “antes de que existiera la tierra”, “cuando trazaba la bóveda sobre la faz del abismo”. Esta imagen nos habla de un Dios creador, que no actúa solo, sino en comunión, y cuya sabiduría se deleita en la humanidad.
Dios-Padre es fuente de vida, arquitecto del universo, pero también goza y se alegra con sus criaturas. Así, nuestro Abbá no es un ser distante, sino el origen amoroso y sabio que acompaña y sostiene la creación.
Jesús, el Hijo hecho hombre: mediador de la gracia y la esperanza
La carta a los Romanos nos recuerda que, por medio de Jesucristo, “tenemos paz con Dios” y acceso a la gracia, incluso en medio de las dificultades. Jesús es el rostro humano de Dios, el mediador que nos justifica y nos reconcilia. En Él, Dios se hace cercano y solidario, compartiendo nuestras alegrías y sufrimientos. Su presencia nos permite mantener la esperanza, porque “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado”. Jesús no solo revela a Dios, sino que nos introduce en una relación viva y dinámica con Él.
El Espíritu, guía hacia la verdad y la comunión
En el Evangelio de Juan, Jesús promete el Espíritu de la verdad, que “nos guiará a toda la verdad” y comunicará lo que recibe del Padre y del Hijo. El Espíritu Santo es la presencia misteriosa de Dios que nos habita, nos impulsa y nos revela el sentido profundo de la vida. No actúa por cuenta propia, sino que nos introduce en la comunión trinitaria, haciéndonos partícipes de la vida y el amor de Dios. El Espíritu es fuerza en la debilidad, luz en la búsqueda, y vínculo invisible que nos une a Dios y a los demás.
Un misterio que interpela y transforma
La Trinidad no es un enigma para resolver, sino un misterio para vivir. Nos invita a preguntarnos: ¿cómo experimento yo a Dios? ¿Como Padre que cuida, como Hijo que acompaña, como Espíritu que anima? La respuesta es siempre personal, pero la fe cristiana nos recuerda que Dios es relación, comunión y amor.
La invitación es a dejarnos envolver por este misterio, a dialogar con Dios en la vida cotidiana, a reconocer su presencia en lo ordinario y en lo extraordinario. Así, la pregunta permanece abierta, llena de posibilidades: ¿quién es Dios para mí, hoy?
Poema a la santa Trinidad
Misterio al alba, sabiduría que danza
antes del tiempo y la tierra.
Padre, origen y deleite,
trazas sendas en el abismo y te gozas en la vida.
Hijo, paz derramada, rostro humano del Dios invisible,
camino abierto en la esperanza,
manantial de gracia en la hondura de la prueba.
Espíritu, aliento secreto,
voz que guía hacia la verdad, fuerza que anima y consuela,
luz silenciosa en el corazón, presencia que une y transforma.
¿Quién eres, Dios, para mí?
Eres pregunta y respuesta, abrazo trinitario en mi historia
[Coro] Siete luceros brillan en mi alma, sabiduría y entendimiento nunca se apagan. Fortaleza consejo, ciencia, temor… y piedad que en el corazón se queda. [Estrofa 1] En la senda del saber, la sabiduría guía, como un faro en la noche, su luz nos envuelve. Entendimiento profundo, cual río que fluye, abre los ojos al mundo, su esencia nos muerde. [Estrofa 2] Ciencia que revela los secretos divinos, en cada hoja y estrella, su voz resplandece. Fortaleza valiente, en la lucha persistimos, con fe inquebrantable, el miedo se desvanece. [Estrofa 3] Consejo que susurra en momentos de duda, piedad que abraza con ternura infinita. Temor de Dios, reverente y profundo, dignifican el ser en esta vida bendita. [Repetición del Coro] Oh, Siete luceros brillan en mi alma, sabiduría y entendimiento nunca se apagan. Fortaleza consejo, ciencia, temor… y piedad que en el corazón se queda.
Nos resulta difícil armonizar la diversidad y la unidad. Nos encanta la biodiversidad en la naturaleza. No tanto, la humano-diversidad cuando ella nos resulta incomprensible, o nos enfrenta a unos con otros. Pentecostés nos habla del Espíritu de la diversidad y la unidad, de la que parece “reconciliación imposible”
Dividiré esta homilía en tres partes:
Muchos carismas… un solo Espíritu
El Espíritu de la diversidad y la unidad
El deseo del Reino … dejarse llevar por el Espíritu
Muchos carismas… un solo Espíritu
Sin embargo, el Espíritu de Dios actúa como el gran diseminador y unificador. De Él brotan la variedad y la diferencia, pero también la fuerza que nos une y nos lleva a la comunión. San Pablo nos recuerda que hay muchos carismas, servicios y dones, pero un solo Espíritu que los anima a todos. El Espíritu no busca una uniformidad que aplaste la riqueza de lo diverso, sino que crea armonía, haciendo posible la unidad en la diferencia.
En Pentecostés, los apóstoles, siendo tan distintos entre sí, recibieron el Espíritu y formaron un solo pueblo, capaz de entenderse más allá de lenguas y culturas. Así, la Iglesia nace como una comunidad variada y universal, llamada a vivir la comunión y la inclusión, superando las divisiones y aprendiendo a escucharse y complementarse.
El Espíritu Santo nos invita hoy a crecer en esta profunda comunión, a acoger la diversidad como riqueza y a buscar juntos la armonía y la paz.
Vemos que la historia y el universo están rotos, fragmentados. Hay divisiones religiosas (diversas religiones, diversas confesiones cristianas, diversas y opuestas tendencias en la misma confesión…), divisiones políticas (causas de guerras frías y calientes), divisiones que nos hacen vivir la relación con la naturaleza de forma tensa, problemática, dramática (tifones, terremotos, desgracias ecológicas)..
Hay divisiones que proceden del diablo (dia-bolon), de ese poder misterioso que nos divide y enfrenta. Pero lo diabólico también crea unidades de maldad, redes perversas que intentan destruir la legítima y sana diversidad.
El Espíritu de Dios es el Espíritu de la variedad, la diferencia, la pluralidad. Pero también el Espíritu de la unidad. Pablo nos dice hoy que son muchos los carismas, muchos los servicios, muchas las energías de las que disponemos. Pero ¡uno solo es el Espíritu!
Jesús nos invita a la paciencia, recordándonos que solo Dios puede transformar el mundo según su Reino. La verdadera inspiración y libertad nacen de la espera humilde y confiada, sostenida por el Espíritu, quien nos abre a la tolerancia y nos conforta en el camino. Frente a la impaciencia de los tiranos, el Espíritu nos enseña a esperar y a colaborar con su presencia sorprendente, dándonos esperanza y vida nueva.
Conclusión
Pentecostés es la fiesta de la Belleza, como decía san Agustín: unidad en la variedad. El Espíritu, fuente de armonía y creatividad, embellece el mundo al recomponer el proyecto original de Dios, donde la diversidad se convierte en riqueza. Esta belleza, que vence la hostilidad y la violencia, es la manifestación activa del Amor y la libertad de los hijos de Dios, llamados a la glorificación y al gozo de la creación reconciliada.
PADRE NUESTRO – VERSIÓN EN ARAMEO “El Espíritu clama en nuestro interior: ABBÁ, PADRE (Rom8,15) . Según la reconstrucción del gran exégeta Joachim Jeremias en su libro “Las oraciones de Jesús”
‘Abbá …. Abbá yit qaddásh semáj teté maljhutáj laj lmán delimjjar hab lán yoma dén ushe boq lán}lobaín kedish baqnán le :layyabaín wela’ ta ‘elinnán le nysyón. A – – MEN ‘Abbá …. Abbá yit qaddásh semáj teté maljhutáj laj lmán delimjjar hab lán yoma dén ushe boq lán}obaín kedish baqnán le :layyabaín wela’ ta ‘elinnán le nysyón. A – – MEN
‘Abbá …. Abbá yit qaddásh semáj teté maljhutáj laj lmán delimjjar hab lán yoma dén ushe boq lán}lobaín kedish baqnán le :layyabaín wela’ ta ‘elinnán le nysyón. A – – MEN
“Hoy estarás conmigo en el Paraíso”, le dijo Jesús al buen ladrón. Ese es el sueño del ser humano: tener la oportunidad de disfrutar en algún paraíso. Porque fue en el paraíso donde nacimos… pero también desde donde fuimos expulsados.
Hoy celebramos la ascensión de Jesús al Paraíso y nos abrió sus puertas.
Cuando los seres humanos soñamos nos surge el sueño y el ansia de “un paraíso”. El Jesús que le prometió al ladrón “hoy estarás conmigo en el paraíso” habló muchas veces del cielo. El cielo es el trono de Dios o la sede de su dominio y su reinado (Mt 5,34; 23,22). Incluso nos dijo que Él mismo había bajado del cielo: “Yo soy el pan que han bajado del cielo”. Del cielo bajó el Espíritu Santo, que se posó sobre Jesús -en forma de paloma- y sobre los discípulos el día de Pentecostés forma de fuego y viento impetuoso. Del cielo bajan los ángeles que anuncian y que consuelan, las voces de Dios que manifiestan el sentido de lo que acontece. El cielo es el punto de referencia cuando Jesús o sus discípulos oran: “levantan los ojos hacia el cielo”.
El gran sueño de Jesús consistía en unir cielo y tierra, en interrelacionarlos, de modo que todo el cielo se hiciera presente en la tierra: “así en la tierra como en el cielo”.
¿Cómo es el cielo, cómo es el paraíso? San Pablo nos advierte que “ni el oído oyó, ni el ojo vio, ni el corazón humano puede imaginar, lo que Dios tiene reservado a los que ama” (1Cor 2,9). Cualquier ejercicio de imaginación podría convertirse incluso en una tortura, por nuestra incapacidad de imaginar lo que excede nuestras categorías de tiempo y espacio. Por eso, ¡no imaginemos lo inimaginable!, pero dejémonos caer rendidos y confiados en manos de nuestro Dios. En Él está nuestro misterioso futuro. Él nos asegura que algo hay en nosotros que nunca morirá y que tiene vida eterna.
Jesús ascendió al cielo: “Cristo ha entrado no en un santuario construido por hombres, sino en el mismo cielo para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros”, proclama hoy la segunda lectura. Jesús se ha entregado totalmente y “ha destruido el pecado con el sacrificio de sí mismo”. Jesús ha inaugurado el camino que nos lleva al cielo. Por eso siguiéndolo a Él tenemos entrada libre al cielo.
Jesús no nos abandona ni nos deja huérfanos. Desde allí nuestro buen Pastor cuida de nosotros, intercede por nosotros, nos prepara la morada. Desde el cielo, viene en cada Eucaristía, en la Palabra, en la Iglesia-su-Cuerpo, en los hermanos que se aman, en los más necesitados que requieren nuestra ayuda.
¡Qué cerca tenemos el cielo! El cielo está de nuestra parte. En él tenemos nuestra morada, nuestro estado definitivo, nuestro destino irrevocable.
Conclusión
Aunque estemos enfermos, no estamos desahuciados. Aunque suframos, no es el sufrimiento nuestro último destino. Aunque experimentemos aquí un infierno, ese infierno es sólo antesala del cielo, si volvemos a Jesús y en Él ponemos toda nuestra esperanza.
NUEVA JERUSALÉN, CIUDAD DEL CIELO
LETRA
[Coro] “Nueva Jerusalén, ciudad del cielo, desciende ya a nuestro suelo, y disipa nuestra muerte y dolor, Maranatha, ¡ven Señor!
[Estrofa 1] Del cielo bajas, ¡ciudad sagrada! como esposa para su amado engalanada. Entre nosotros Dios hace su morada, nos transfigura una vida renovada.
[Coro] “Nueva Jerusalén, ciudad del cielo, desciende ya a nuestro suelo, y disipa nuestra muerte y dolor, Maranatha, ¡ven Señor!
[Estrofa 2] Morimos para ser al fin transformados renacemos como imagen de Dios con el Espíritu de Dios iluminados en un éxtasis inmenso, fascinados
[Coro] “Nueva Jerusalén, ciudad del cielo, desciende ya a nuestro suelo, y disipa nuestra muerte y dolor, Maranatha, ¡ven Señor!
[Estrofa 3] ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? su aguijón se desvanece en lo etéreo, Tu Gracia, oh Abbá, nos resucita y tu Espíritu a vida nueva nos invita.
[Coro] “Nueva Jerusalén, ciudad del cielo, desciende ya a nuestro suelo, y disipa nuestra muerte y dolor, Maranatha, ¡ven Señor!
“Si alguno me ama, mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. Por eso, la pregunta que hoy nos lanza la Escritura santa es: ¿Amamos de verdad a Jesús? ¡No respondamos apresuradamente! ¡Meditémoslo antes!
Dividiré esta homilía en tres partes:
¿Amar a Jesús?
El acceso emocional a Él
Razón de amor
¿Amar a Jesús?
“A quien me ame, mi Padre lo amará”. Jesús nos dijo que tenemos asegurado el amor de Dios Padre si le amamos. Pero ¿no es verdad que de Jesús nos distancia dos mil años? ¿Será posible amarlo? En su tiempo muchas personas lo amaron, lo acompañaron y siguieron. No pocas hasta dieron su vida por Jesús. Hoy Jesús nos pregunta también como a Pedro: “Me amas”?
El acceso emocional a Él
Nuestra fe no es solo intelectual, es emocional. Creemos en Jesús cuando nos emociona, y no a través de meros conocimientos teológicos. Amarlo es emocionarse.
“Jesús es digno de amor porque es más moderno y actual que la misma Iglesia” (dijo Johan Baptist Metz). Amar a Jesús es soñar, contemplar la historia con casi una loca esperanza en aquello que vendrá.
Quien sigue a Jesús siente que el universo se sustenta en un acto de amor continuo e infinitamente paciente; que es el amor lo que le permite seguir existiendo; que el amor mueve el sol y todos los demás astros”, como decía Dante. El Dios Amor es el fundamento de nuestra existencia. Dios “está tan cerca de ti como las venas de tu cuello”, escribe el libro sagrado de “El Corán”.
Razón de amor
El gran teólogo Karl Barth describía a Jesús como “nuestro contemporáneo”. El Espíritu Santo lo trae a nuestro tiempo y espacio. De Jesús habría que decir: “tan fascinante que es imposible conocerlo del todo! Él es el Creador en medio de su Creación. Y sin embargo, sometido a todo. Él decía con frecuencia: ¡no temáis” y enseñaba el arte de la no-violencia: “si alguien te pide el manto, dale también la túnica”, “si alguien te hieres en la mejilla derecha, ponle también la izquierda” (Mt 5,39). Transmitía sus enseñanzas en los camino, en los prados -donde pacen las ovejas-, en un monte o una llanura, también en el templo. Con sus bienaventuranzas enseñaba el arte de la felicidad. Deseaba forma una comunidad donde la violencia termina.
A quien le preguntó: “entonces quien podrá salvarse? Él respondió: ¡Con Dios todo es posible! (Mt 19,25-26). Hizo gala de una desconcertante despreocupación por la sexualidad y dirigió su propia vida sexual como si la tuviera, fuera de página. Rechazó, eso sí, explícitamente el divorcio. Y sobre la corrupción, le preocupaban los “sepulcros blanqueados”. Para Jesús, amor es más fuerte que la muerte.
Conclusión
Dios Padre que es Amor, nos ama cuando Jesús nos entusiasma, cuando le seguimos, cuando le amamos y establecemos amistad con Él. Las enseñanzas de Jesús son vida. Quien ama a Jesús se convierte en Morada de Dios. Cuando Dios está con nosotros, nada hemos de temer.
Formamos la Iglesia actualmente casi dos mil millones de seres humanos. Y nos preguntamos por nuestra identidad: ¿somos Iglesia en misión, o una empresa de servicios y asuntos religiosos? ¿Es un organismo vivo o simplemente una organización? ¿Es nueva Jerusalén o se parece más a la antigua Jerusalén con sus rivalidades, envidias y tensiones? La Iglesia que Jesús soñó tiene tres rasgos característicos: Iglesia misionera, Iglesia morada de Dios entre los hombres, la casa del amor fraterno.
Este cuarto domingo de Pascua nos regala una de las imágenes más conmovedoras y profundas del Evangelio: la del Buen Pastor. Jesús, el Buen Pastor, no solo nos guía con ética y rectitud, sino que su liderazgo genera una armonía que embellece y eleva la vida de quienes lo seguimos. Hoy, esta imagen resuena con fuerza, especialmente ante la elección de un nuevo Papa y el reflejo de su figura en toda la estructura pastoral de la Iglesia.