EL GRANITO DE MOSTAZA Y LAS TRES PREGUNTAS DE JESÚS, Domingo XXVII de ciclo C

Dividiré esta homilía en cuatro partes:

  • Las tres preguntas de Jesús
  • Servidores de Dios sin condiciones
  • Un cruce de parábolas
  • Auméntanos la fe

La tres preguntas de Jesús en la parábola de la “recompensa del esclavo”

Jesús también responde al tema de la FE con una de sus chocantes parábolas: la de las tres preguntas. Es una de las parábolas más chocantes. El amo solo tiene un esclavo que ha de trabajar todo el día y ofrecer variados servicios… hasta preparar la comida. No hay ama de casa (igual que en la parábola del Hijo pródigo, no aparece la madre). Aplicado al creyente: como aquel esclavo, también nosotros dependemos totalmente de Dios y debemos servirlo aun después de trabajar duro durante todo el día. Y lo que se espera de nosotros es que digamos: “¡siervos inútiles somos… sólo hemos cumplido con nuestro deber”. ¡Nuestra fe es puro servicio… y un servicio no-reivindicativo!

¿Quién de vosotros, si tiene un siervo o criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: “¡Enseguida, ven y ponte a la mesa”!?

La respuesta más espontánea y sincera de los oyentes sería: ¡No! ¡Nadie! A ninguno de nosotros, si somos el amo, se nos ocurrirá semejante cosa.

¿No le diréis más bien: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”?

La respuesta más espontánea sería ¡SÍ! El amo tiene razón: primero él, después su siervo.

¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado?

La respuesta más espontánea seria ¡No! No hay que estar agradecidos al criado porque ha cumplido lo mandado. 

He aquí el resultado de las tres preguntas: No, Sí, No. 

¿Por qué Jesús hace su parábola en forma de preguntas? ¿Porqué presenta “lo evidente” en forma de “interrogante”? Porque quiere involucrar en el relato a cada uno de sus oyentes. 

Es como si Jesús nos dijera: si tú fueras un amo y tuvieras un siervo, ¿cómo te comportarías con él? ¿le servirías?, o ¿le dirías simplemente “¡sírveme primero a mí!? Y si tu siervo hiciera lo que le pides, ¿deberías agradecérselo? 

Servidores de Dios sin condiciones

El esclavo -en el contexto cultural de Jesús y sus discípulos – dependía totalmente de su amo: le estaba totalmente sometido. El amo determinaba su vida, lo mantenía; y no tenía que agradecerle su servicio, ni alabarlo.

Del mismo modo nosotros somos “siervos de Dios”: dependemos total y absolutamente de Él. Nos sometemos a su voluntad porque es el Señor quien determina, manda, a quien hemos de obedecer. Los creyentes debemos de trabajar por la causa de Dios hasta la extenuación. No hemos de pensar en agradecimientos, en recompensas, en méritos. Lo nuestro, es decir: “siervos inútiles” somos… hemos cumplido con nuestro deber” (Lc 17,7-10). 

Un cruce de parábolas

Jesús propuso otra parábola de unos siervos a quienes su Señor sí los sirvió (Lc 12,35-38). El que regresaba a casa no era un siervo, sino el mismo Señor, después de un banquete de bodas. Al ver que sus siervos le esperaban -ceñidas las cinturas y encendidas las lámparas y le abrieron al instante cuando llegó y llamó-, se conmovió, los proclamó dichosos y él mismo, el Señor, se ciñó la cintura, les hizo sentar a la mesa y acercándose les servía” (Lc 12,35-38).

Quien evocara esta parábola habría respondido a la primera pregunta de Jesús en el evangelio de hoy ¡Sí! Recordémosla: ¿Quién de vosotros, si tiene un siervo le dice cuando vuelve del campo: “¡Enseguida, ven y ponte a la mesa”!? Así lo hizo el Maestro. Os he dado ejemplo, para que vosotros hagáis lo mismo unos con otros, les dijo Jesús a los apóstoles en la última Cena.

¡Auméntanos la fe!

“Auméntanos la fe”. Aumenta la fe cuando actuamos como “siervos” y no “pensamos en grandezas”, en recompensas para nuestros méritos, ni en ser servidos. Aumenta nuestra fe, cuando vivimos alerta, para descubrir los signos de la Presencia que viene de nuestro Dios, aunque sea de noche. Aumenta nuestra fe, cuando dejando casa,, familia, propiedades por Jesús… recibimos cien veces más y la vida eterna” (Mc 10, 29-30), y se nos promete “un tesoro en el cielo”. Por eso, quienes se reconocen siervos inútiles se convierten para muchos en bendición.

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DEVOCIÓN Y ADORACIÓN EUCARÍSTICA – DOS TIEMPOS… UNA PRESENCIA

La Adoración no es un ritual aburrido, sino el encuentro más intenso y transformador con una Persona: Jesús. Este encuentro tiene dos “tiempos” o “formas” que se complementan: la Celebración eucarística -la Misa- y la Adoración -la Custodia. Ambas son la expresión máxima de una Devoción auténtica. Se trata de una relación con Jesús, sostenida en el tiempo.

Introducción: El anhelo de algo más

¿He sentido alguna vez que hay algo o Alguien más grande que todo, que me atrae pero que -al mismo tiempo- me supera completamente? Algo así como cuando escucho una canción tan bella que me deja sin palabras y deseo escucharla una y otra vez. Algo así como al ver un paisaje, me hace sentir pequeño y a la vez parte del algo inmenso.

Hay dos pensadores franceses de nuestro tiempo que me han iluminado para comprender con autenticidad un verbo y un sustantivo que utilizamos en la Iglesia, en la religión: ¡Adorar! ¡Adoración! Se trata de Jean-Luc Marion y Jean-Luc Nancy. Los dos -aunque desde perspectivas diversas- me han ayudado a comprender qué es “la adoración”.

Marion la describe como “asombro ante una Presencia tan grande, tan grande que la compara con un “fenómeno saturado” -en el que ya no cabe nada más.

Nancy la describe como “audacia para abrazar el misterio y el vacío”. A mi modo de ver son dos experiencias que no se contradicen, sino que se encuentra en la Eucaristía -celebrada o adorada-; es decir en la celebración dinámica de la Misa y en la Adoración silenciosa ante la Eucaristía expuesta en la Custodia. Y descubriremos que ambas son la expresión más alta de la “Devoción”

1. La adoración en la celebración eucarística

La celebración eucarística no es una pesada obligación que hay que cumplir, sino la asistencia voluntaria a un drama divino, a un encuentro imprevisible con el Misterio:

“¡Quien está cerca de Mí, está cerca del Fuego!; ¡el que está lejos de mí, está lejos del Reino!”

El Evangelio de Tomás pone esta frase en boca de Jesús. Es uno de los textos apócrifos de la Iglesia primitiva. De hecho Jesús nos dijo: “Fuego he venido a traer a la tierra” (Lc 12,49).

La Eucaristía nos hace participar en dos mesas: la mesa de la Palabra y la Mesa del Pan.

2. La Mesa de la Palabra: Cuando Dios nos habla… ¡Asombro!

No es una simple lectura: Es Jesús mismo quien, a través del lector, nos dirige su Palabra. La voz del lector transmite la voz poderosa de Dios. Jean-Luc Marion la describe como un “fenómeno saturado” que más no nos puede interpelar.

La escucha se convierte en algo mucho mayor que “oir una mera lectura”. No se escucha para analizar, sino para ser transformado. Se escucha la Palabra que da vida, como cuando Jesús hablando curaba a un enfermo o resucitaba a un muerto. Quien así escucha “adora”, porque comienza a sentirse transformado. Como María de Betania a los pies de Jesús: ¡receptividad total!

Esta es la primera forma de Adoración: callar nuestro corazón -y por supuesto, nuestra inteligencia- para que Dios tenga la primera palabra.

La Mesa del Pan: Cuando Dios se nos da: ¡ya no cabe nada más!

3. La Consagración de los dones: el fenómeno saturado

La Consagración es el momento cumbre porque ya no puede ocurrir nada más grandioso en la tierra. El pan y el vino quedan “super-saturados” de presencia divina, de la presencia real de Cristo resucitado. El Espíritu Santo desciende sobre los dones y repite en un instante aquello que realizó en el sen o de María virgen durante nueve meses: la presencia de Jesús, el Hijo de Dios… un fenómeno que los pensadores medievales cristianos calificaron de “trans-“, “transustanciación” y otros más actuales -como Schillebeecks- “trans-finalización”, “trans-significación”, y Jean-Luc Marion “fenómeno saturado” a la máxima potencia.

En ese instante, la intuición (la Presencia real de Cristo) desborda por completo nuestra capacidad de entenderla. Nuestra inteligencia se rinde y ¡solo puede adorar!

La Comunión

No es “recibir una cosa”, sino “acoger a una Persona divina, que es Jesús Resucitado”. El himno “Ave verum Corpus natum ex Maria virgine” – del siglo XIV atribuido al papa Inocencio VI- expresa la conmoción que el acercarnos al Cuerpo de Cristo puede producir en nosotros. Pero ya es el Cuerpo Resucitado, que padeció, aunque ya “lo llena todo” (“el Cuerpo pan-cósmico”, decía Karl Rahner). La comunión es el abrazo más íntimo y recíproco que podamos imaginar.  Es “el pan del Camino… de nuestra peregrinación”, como decía san Agustín o San Gregorio de Nisa, o san Ambrosio.

La consciencia de la comunión podría hacernos entrar en “éxtasis”, en “adoración”, donde no caben las palabras… ¡sólo la conexión más íntima y extensa! ¿Cómo comulgar de verdad sin adorar?

La adoración ante la Custodia: la fuerza del silencio

Aquí se introduce la experiencia del “vacío” de Nancy como algo positivo y fértil.

El poder de la Iglesia – Esposa

La Iglesia es la Esposa de Jesús. Y en cuanto Esposa -como dice san Pablo en la primera carta a los Corintios, ella tiene un poder espiritual sobre el Cuerpo de Jesús, su esposo. Xavier Durrwell -en su libro sobre “La Eucaristía, misterio pascual” explica que la Iglesia como Esposa de Cristo, tiene un poder espiritual spobre el Cuerpo de su Esposo, que es Jesús, presente en la Eucaristía. Durrwell cit 1 Cor 7 para demostrar que esta relación esposal explica y fundamenta el poder de la Iglesia para retener, venerar y adorar públicamente el Cuerpo Eucarístico de su Esposo. Así la Iglesia Esposa muestra su íntima comunión y poder con Jesús, su Esposo.

El Icono, no el ídolo (Jean-Luc Marion)

La adoración no consiste en “mirar un objeto” -la custodia, la sagrada forma-. La hostia es un “icono”. Como una ventana, no se queda con nuestra mirada, sino que la atraviesa para dirigirla hacia Cristo vivo. Es la “dirección visible de lo Invisible”.

Y ¿por qué en silencio? Porque el lenguaje se agota. Frente al “fenómeno saturado”, las palabras sobran. El silencio es el lenguaje del asombro y el amor que no necesita explicaciones.

El Valor del Vacío (Jean-Luc Nancy)

¿Y cuando no “se siente nada” ante la Presencia eucarística?

Aquí la perspectiva de Jean-Luc Nancy es liberadora. A veces, frente a la Custodia, experimentamos sequedad, vacío, silencio de Dios. Nancy nos diría: “No huyas. Ese vacío no es ausencia, es un espacio de libertad y confianza”. Adorar en la ausencia: es el acto de fe más puro. Es decir “Señor, aunque no te sienta, creo que estás aquí y me quedo contigo”. Es la devoción que se purifica y se hace más fuerte, menos dependiente de las emociones.

La comunidad que sostiene

Adorar juntos, especialmente los jóvenes, es vital. Juntos sostienen la tensión entre el asombro (Marion) y la sequedad (Nancy). Se convierten en comunidad no porque “sientan lo mismo”, sino porque juntos se orientan hacia el Misterio.

Adoración – culmen de la Devoción – La Devoción, ¡Antídoto contra el Narcisismo!

Hay adoración porque antes hay devoción. La Adoración es como la flor que brota de la planta de la Devoción.

No es un sentimiento superficial. Es el “compromiso estable, la amistad profunda y la entrega diaria” a Dios. Es como la relación de un deportista con su disciplina: constancia, entrenamiento, amor por lo que hace.

 La devoción es la “decisión de vivir en diálogo con Aquel que me trasciende”. Y la Adoración es la expresión culminante de la Devoción.

En la celebración eucarística la devoción se expresa en la “participación activa y reverente”: cantar, escuchar, comulgar con el corazón abierto. En la exposición del Santísimo en la Custodia la devoción se expresa en la “capacidad de estar ahí”, en silencio, simplemente “porque Él está y yo quiero estar con Él”. “Yo le miro y Él me mira”, decía el santo Cura de Ars.

La devoción de la vida diaria me lleva a anhelar los momentos intensos de adoración. Y la adoración (en la Misa o en la Custodia) fortalece y renueva mi devoción.

Síntesis en video

¡Esto es adorar: Espejo en Espejo! (Arvo Pärt)

Conclusión: La Invitación

La Adoración Eucarística, tanto en la fiesta de la Misa como en la intimidad de la Custodia, es la respuesta del amor al Amor. Es donde el asombro de Marion y la valentía de Nancy se funden.”

No tengamos miedo al silencio, a no buscar el “sentir”. Practiquemos la la devoción: seamos constantes, a venir a la Misa no por obligación sino por amor, a regalarse cinco minutos frente al Sagrario. Dejemos que nuestra devoción encuentre su culmen en la Adoración.

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LAS DOS MESAS Y EL OTRO LADO DE LA VIDA, Domingo XXVI, ciclo C

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • El profeta Amós y la iglesia del derroche
  • ¡Hombre… Mujer de Dios!
  • Abismo entre pobres y ricos 

El profeta Amós y la iglesia del derroche…

La incomoda profecía de Amós nos confronta este domingo con el abismo existente entre pobres y ricos. El profeta nos reprocha: “¡No os doléis de los desastres!”. 

Es cierto que cuando acontece cualquier catástrofe, accidente o acto de maldad nos lamentamos y lo condenamos. Si nos llega la oportunidad hasta colocamos nuestra firma en señal de protesta o adhesión. Con la protesta nos calmamos, pero ella ¿afecta a nuestra forma de vivir? El profeta Amós constató que no:

 “Os acostáis en lechos de marfil, coméis los carneros del rebaño, canturreáis al son del arpa, inventáis instrumentos musicales, bebéis vinos generosos, os ungís con los mejores perfumes”. 

Hay comunidades y movimientos dentro de la Iglesia que buscan vivir el Evangelio desde la sencillez y la solidaridad. Pero aún queda mucho camino por recorrer. Es fácil protestar… y dedicarse después a la dolce vita

La denuncia del profeta Amós sigue siendo válida hoy, en la sociedad del espectáculo, de las celebraciones burguesas e insolidarias… ¿Cuándo llegará el día en que seamos de verdad la Iglesia de los pobres, y no la iglesia de los diseñadores, de los bellos espectáculos televisivos, del derroche económico en gastos que enseguida justificamos? ¿Cuándo?

¡Hombre… Mujer de Dios!

La segunda lectura de la carta a Timoteo revela a Dios con títulos sorprendentes: Rey de reyes, Señor de señores, el Inmortal, el que habita en luz inaccesible, a quien nadie ha visto ni puede ver, el único Soberano.

El texto invita a ver la vida cristiana como una praxis, marcada por cuatro verbos cargados de fuerza: practicar, combatir, conquistar y guardar el Mandamiento. Ser hombre o mujer de Dios es vivir en lucha y conquista interior, una existencia orientada a la acción y la fidelidad.

La fe adquiere así un tono vital y radical, alejándonos de la adoración a cualquier otro y centrando todo servicio en Dios solo.  

Abismo entre pobres y ricos

Estremecedor el evangelio de este domingo. En su parábola Jesús nos habla de un mendigo, al que menciona con un nombre propio: Lázaro. Es la única parábola en la que Jesús emplea un nombre propio, ¡Lázaro! Ese nombre significa “¡Dios ayuda!”. En la parábola Dios no aparece, sí Abraham.

Jesús cuenta la parábola del rico Epulón y Lázaro a unos fariseos apegados al dinero, recordando que no se puede servir a Dios y al dinero a la vez. Ante la burla de los fariseos, Jesús les presenta esta historia para cuestionar su actitud.

En la parábola, el mendigo Lázaro y el rico mueren: Lázaro es llevado al cielo mientras que el rico es condenado al infierno. El rico pide ayuda yo al menos que adviertan a su familia sobre su destino, pero Abraham le recuerda que existe un abismo infranqueable y que ya tienen a los profetas y a Moisés como advertencia.

La sociedad del bienestar nos hace servidores del dinero y de nuestro egoísmo, nos olvidamos de la solidaridad y caridad con los necesitados. Todo lo que tenemos nos parece poco y siempre necesitamos más. Ni siquiera damos a los necesitados las migajas que caen de nuestra mesa.

No es cristiano ser indiferentes ante quienes piden, ante quienes nos incomodan con su pobreza. No es cristiano no acercarnos a ellos. Ellos juzgarán nuestras economías, nuestras comidas, nuestros gastos, nuestra forma de vestir… Nuestro dinero… también pertenece a los necesitados. Necesitamos entrar “en la REVOLUCIÓN DE LA TERNURA”.

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