¿De qué nos sirven los sueños si no se hacen realidad? ¿Para qué deseamos nuevos modelos comunitarios si no sabemos cómo plasmarlos? ¿Cómo hacerlos realidad?
La convicción creciente de que la Misión debe configurar cada comunidad, el deseo de hacer que nuestras comunidades entren “en la danza de la misión”, está provocando iniciativas que merecen ser tenidas en cuenta; que parecen utópicas, pero que se pueden hacer realidad. Para ello se necesita fantasía, audacia, disponibilidad para dejarse guiar por la imaginación profética. ¡Ya está sucediendo!
Iniciación o proceso mistagógico
A comienzos del pasado mes de junio me fue concedida la gracia de participar en un encuentro -yo lo llamaría “mistagógico”- que responde a un deseo y proyecto del último XXI Capítulo General de los Hermanos Maristas. Su lema fue “¡Con María, salid deprisa a una nueva tierra!”. El Superior General invitó a los Hermanos del Instituto a ofrecerse para iniciar una experiencia de “comunidades en misión en las periferias”. Denominaron el proyecto “Comunidades internacionales para un nuevo comienzo”. A la llamada del Superior General respondieron más de 90 hermanos. Entre ellos, fueron escogidos unos pocos, procedentes de Australia, Canadá, España, Italia, Congo, Estados Unidos, Argentina, Brasil, Colombia, Méjico…. Sorprendentemente entre los elegidos había hermanos jóvenes, de media edad y también hermanos más ancianos. Y con ellos juntamente un grupo menor -y joven- de laicas y laicos -incluso un matrimonio- de diversos países.
Todos los elegidos -después del primer encuentro en la sede general de la Congregación en Roma- se desplazaron a una zona rural de la Toscana, cerca de Arezzo y a pocos kilómetros de Camaldoli y de pueblecito de Solci. Era algo así como un pequeñísimo poblado con varias casas -ofrecidas al turismo rural-. Hermanos y laicos se distribuyeron en cada una de las casas, para ensayar un primer intento de “comunidades ínter- en misión y vida compartida”.
Cada comunidad-casa tenía su propio ritmo, se procuraba su comida, hacía sus compras, organizaba su convivencia, oración, reuniones, e incluso iniciativas de hospitalidad respecto a las demás comunidades o personas… Obviamente, también había momentos en los cuales todas las comunidades compartían juntas actividades, reflexiones, liturgia, oración…
Yo fui invitado a participar en la experiencia e integrarme en una de las comunidades. Mi servicio consistió en ofrecerles -a todos conjuntamente- durante tres días, una iluminación y reflexión sobre la misión compartida, las comunidades configuradas por la misión y la propuesta de “odres nuevos” para el “vino nuevo” del carisma o propuestas de innovación.
Esta iniciativa de “Comunidades internacionales para un nuevo comienzo” respondía a la conciencia de que no solamente son necesarios encuentros de formación, de espiritualidad -que después caen en el vacío de la vida ordinaria-, sino encuentros con objetivos concretos y perspectivas inminentes, no solo individuales sino también comunitarias, no solo de trabajo, sino de misión profética y mística. Se trataba, no solo de prepararse para una disponibilidad difusa -sin metas concretas-, sino para iniciar algo nuevo, que responderá al carisma actualizado en el contexto mundial, que nos interpela y con las personas concretas con las cuales se compartía la experiencia mistagógica o iniciática. De hecho, se sueña con que este grupo protagonice “comunidades para un nuevo comienzo” en diversas partes del mundo: por ejemplo en el barrio de Harlem (Nueva York), o en Sicilia (acogida de refugiados e inmigrantes) o en otros espacios fronterizos y periféricos especialmente urgentes.
Origen, objetivo, configuración: “ir más allá”
Así lo había pedido el XXI Capítulo General a los Hermanos Maristas:
“establecer una “presencia evangelizadora entre niños y jóvenes en situación de vulnerabilidad, que sea significativa y donde otros no van”.
El objetivo de este proyecto -ya iniciado- no es reproducir sin más modelos de comunidad convencionales dentro del marco de una región o provincia. Más bien se trata de romper esquemas e ir más allá de los horizontes habituales de las unidades administrativas y regiones. De ahí nace el deseo de “explorar posibilidades de colaboración internacional para la misión”.
Más todavía: se pretende que las comunidades puedan estar abiertas y ser interculturales, para que promuevan en su interior la comunión de culturas, el aprecio por su diversidad, así como su inserción en el contexto en el cual se encuentran. De este modo, podrán estas comunidades mostrar un estilo de vida significativo, un auténtico testimonio de fraternidad y sororidad y podrán adoptar distintas formas en cuanto a sus miembros (hermanos, laicos y laicas, otras congregaciones….).
Estas propuestas habrán de basarse en una fuerte espiritualidad mística y profética, que ha de ser acogida y cultivada como prioridad absoluta y central..
En una carta el Hermano Superior General Emili Turú propuso
“crear un mínimo de dos comunidades internacionales en cada una de las siete regiones del Instituto –excepto en Asia- de modo que en 2017 puedan estar funcionando al menos una de ellas en cada región”[1].
En respuesta a esta propuesta del Superior General, el grupo que ha ido configurando y preparando el proyecto optó por un tipo de comunidad que debería contar con al menos cuatro miembros, de los cuales al menos tres, serán hermanos maristas y los demás o el otro, laico. De todas formas cada región del Instituto decidirá cómo configurar estas comunidades, con hermanos, laicos y laicas, voluntarios. La duración del compromiso se adaptará a los miembros, especialmente en el caso de los laicos, pero buscando asegurar la continuidad de la comunidad.
El Consejo General nombró un equipo de formación, que será así mismo Equipo de acompañamiento permanente de estas comunidades. Compete al ecónomo general preparar el presupuesto adecuado. Terminado esta etapa formativa el Superior General designa a los miembros de las diversas comunidades, teniendo en cuenta preferencias, lengua, cultura, personas, proyectos y obras apostólicas. Y esto es lo que se está realizando en este momento en el Hermitage, cerca de Saint-Chamond, Francia.
Entrar en una nueva fase: interpelación para todos los institutos
Sí, la vida consagrada necesita hoy entrar en una nueva fase. Gastamos muchos esfuerzos en experiencias de iniciación carismática (a veces meses en lugares emblemáticos de nuestros institutos), pero sin una perspectiva de misión (de conversión misionera y salida misionera) concreta. ¿Qué sucede? Que después quienes han participado en la experiencia quedan otra vez difuminados “en los ministerios de siempre”, no hay propuesta que responda a la radicalidad de la experiencia. Y por eso, no hay innovación…
Por otra parte, las estructuras provinciales, regionales, nos configuran de tal manera que impiden lo “inter-“: cada uno se preocupa de su parcela, pero es muy difícil desconfigurarlas por “existencias de la misión”.
Los provincialismo, los regionalismos, desorganizan la fuerza carismática, la desactivan, la domestican. Hemos de encontrar fórmulas para romper esquemas: entrar decididamente en “lo ínter” dentro de un mundo que es más “ínter” que nunca. Y necesitamos “aunarnos” para conectar con las fronteras, las periferias. Algo nuevo está naciendo. ¿No lo notas! Pero ¡cuidado! Allí donde hay “navidad” hay también “un dragón”, un “herodes” dispuesto a matar “el nuevo comienzo” apenas aparezca. Que no se pueda decir de nosotros, que formamos parte de ese grupo que mata los sueños. Soñando lo imposible, se llega a lo imprevisible.
“Nuestra llamada”: Comunidades Lavalla200″[1]
Acabo de recibir del Hno. Emilio Turú un texto, que relata la llamada y que fue leído en el Heritage, cuando ya las comunidades fueron elegidas y se preparan las comunidades en salida para un nuevo comienzo. Por la inspiración del relato y su posible efecto estimulante lo añado a mi reflexión anterior.
Estamos viviendo un momento de cambio de época en la historia; tiempo de un nuevo paradigma para nuestro mundo, nuestra Iglesia, nuestra forma de ser persona humana y sobre todo, en nuestro modo de ser Marista. Como María en la Anunciación somos invitados a ver en estos cambios la acción del Espíritu.
Como Maristas siguiendo a Champagnat, animados por las experiencias de vida y misión maristas de muchos otros, respondemos a nuevas realidades y a nuevas necesidades: ¿Cuál es la “Missio Dei” en el mundo de hoy?
Impulsados más allá de nuestros sueños, juntos caminamos hacia un nuevo comienzo como lo hemos ido haciendo en el Instituto en los años recientes a través Capítulos y Asambleas. Ha sido un “largo amanecer”, el día empieza a clarear, ¡es hora de tomar decisiones!
Nos sentimos guiados por el Espíritu que se manifiesta en los anhelos personales y del Instituto. Más que un plan estratégico desarrollado por nosotros para el futuro, la iniciativa LaValla200> quiere ser una respuesta profética a lo inesperado, una acción dinámica del Espíritu que trae esperanza, reconciliación y plenitud.
Creemos que el Espíritu nos llama a acoger una nueva forma de compartir la vida en comunidad: creciendo en internacionalidad, interculturalidad e intergeneracionalidad, entre laicos -mujeres y hombres, solteros y casados- y hermanos. Nuestras relaciones son el corazón de la misión y están en el centro del nuevo comienzo de los Maristas.
Estamos iniciando una nueva forma de vida cristiana en la Iglesia, viviendo la comunión sin distinciones rígidas entre laicos y religiosos, en mutuo respeto por las diferentes vocaciones, en recíproco enriquecimiento; todos corresponsables de la vida en comunidad, llamados a una misión compartida expresada por un mismo carisma de manera renovada.
Experimentamos la presencia del Espíritu de Dios en nosotros mismos, en los demás y en toda la creación. Contemplamos, cultivamos el silencio interior y meditamos la Palabra de Dios. Nuestra espiritualidad integra cada uno de los momentos de la vida: nuestro amor, nuestra pasión, nuestras esperanzas y temores, nuestros éxitos y fracasos, nuestra opción por seguir a Jesús enviado a los excluidos por la sociedad o la religión.
Nuestro compromiso apostólico con y por los niños, niñas y jóvenes vulnerables y sus comunidades locales, configura nuestro propio estilo de vida personal y comunitario.
Respetuosos y atentos a la presencia del Espíritu en todas las personas, culturas y religiones, adoptamos una postura de diálogo: escucha, empatía, comprensión, colaboración, trabajo en red con todos los hombres y mujeres de buena voluntad; orando juntos y compartiendo nuestra historia de fe-. Conscientemente buscamos ser el rostro mariano de la Iglesia.
Nos reconocemos individuos y comunidades no perfectos, tampoco en nuestro trabajo educativo, pastoral y social. Con humildad, pero con convicción, nos sentimos comprometidos con la visión que LaValla200> nos propone. ¡Creemos en el don de nuestras vidas!
Es un momento de Anunciación para cada uno de nosotros y para todos los Maristas. ¡No tengas miedo, nada es imposible para Dios!
[1] En “nuestra llamada” en plural en nuestro lenguaje considera tanto a mujeres como a hombres, quiere ser un plural inclusivo.
[1] Montagne, En la danza de la Misión, Marzo, 2015.
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