Si todo es “nueva evangelización” nada es “nueva evangelización”. Ahora parece que con el slogan de la “nueva evangelización” todo se resuelve. ¡Hasta la crisis económica! Ahora parece que hay que lanzar a gente audaz a la calle para la “nueva evangelización”. Podríamos así convertirnos en una nueva secta de gente que repite por ahí la misma cantinela religiosa, creyendo en el “ex opere operato” de la repetición de las expresiones del Catecismo. La “Nueva Evangelización” es la estrategia del Espíritu de Sabiduría para esta nueva época. No es el recurso fácil de un grupo de fanáticos. La “Nueva Evangelización” es una llamada a ser cristianos del siglo XXI “de otra manera”, “con otra forma de testimonio”, pero nunca volviendo a siglos que ya pasaron. El Espíritu Santo nos pide a todos una nueva obediencia, un nuevo estilo de misión y de testimonio. A ello van encaminadas estas reflexiones críticas y conclusivas de mi estudio sobre el Instrumentum Laboris del próximo Sínodo.
Quisiera, finalmente, ofrecer unas reflexiones personales y en cierta medida críticas sobre el conjunto del Instrumentum Laboris. He tratado –en este trabajo (los tres artículos anteriores sobre la “Nueva Evangelización”, aquí publicados- de hacer justicia al conjunto amplio de aportaciones muy válidas, que ofrece, recurriendo a innumerables citas. He ofrecido así mismo una estructuración –no repetitiva- y dinámica del texto, así como breves comentarios que resaltaban la validez de no pocos de sus textos.
Pero creo que es necesario resituar algunos de los temas centrales: 1) la “nueva evangelización” desde la perspectiva de la “missio Dei” como “misión del Espíritu Santo”; 2) el discurso sobre Dios en nuestro tiempo; 3) Un cristianismo que muere; 4) Sobre los procesos iniciáticos; 5) Ante la crisis de credibilidad; 6) La familia. En suesivas reflexiones comentaré otros aspectos.
1. La nueva evangelización desde la “Missio Dei”
Es necesario plantear el concepto de “evangelización” en su auténtico contexto, que es la misión, entendida como “missio Dei”. El Instrumentum Laboris da la impresión de que la misión “evangelizadora” es, ante todo, una tarea de la Iglesia, ¡eso sí, ¡siempre con la ayuda del Espíritu Santo! No resalta que la misión es ante todo, “Missio Dei”, que brota de las entrañas mismas de Dios Padre. Que es Él quien “envía” a su Hijo al mundo para que lleve a cabo la misión que le confía. Por eso, Jesús es el Hijo y el Enviado del Abbá. Él fue la expresión, el sacramento, el actor de la “missio Dei”. Esta misión recibida fue denominada por el Nuevo Testamento “Evangelio”; Jesús fue el evangelizador por excelencia: anunció la buena noticia de la llegada del Reino de Dios con sus hechos y palabras, con su misma persona. Por ello murió Jesús en la cruz. Y allí exclamó las palabra finales: Consummatum est! Así concluyó su misión. La comunión estrechísima de Jesús con el Espíritu Santo le hizo decir a Jesús: “os conviene que yo me vaya…. No os dejaré huérfanos…. El Espíritu os llevará a la verdad completa”. En su muerte Jesús “exhaló el Espíritu”. El Espíritu fue derramado sobre toda carne, pero de manera especial sobre los discípulos y discípulas. El Espíritu inicia ya la gran misión: el megaproyecto del Abbá y de Jesús. Es enviado por el Padre y el Hijo a su comunidad, a la tierra. Y se inicia así la gran “missio Spiritus”.
El Espíritu Santo es el Espíritu de Jesús, por eso, actualiza la misión de Jesús en el tiempo pospascual, el Espíritu actúa en la Iglesia y fuera de la Iglesia. Realiza su misión desde la suprema discreción, concediendo sus dones, sus energías carismáticas a mujeres y hombres de buena voluntad. En la Iglesia los carismas conforman el Cuerpo de Cristo. Y en ella la misión de Jesús es visiblemente continuada gracias al Espíritu. El Espíritu y la Esposa anhelan la culminación del Reino con un permanente “Marana Tha”.
Evangelizar es por tanto, la obra del Espíritu que cuenta con la colaboración del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia y que Él permanentemente construye; pero también con la colaboración –tantas veces inconsciente- de tantos hombres y mujeres de buena voluntad con los cuales y por medio de los cuales realiza su misión.
En la Iglesia la misión es, ante todo, misión de evangelización. Anuncio y celebración de la buena noticia de Jesucristo, que es Jesucristo mismo. “Evangelio de Jesucrito” tiene un doble significado: como genitivo objetivo significa el Evangelio de Jesucristo, de su muerte y resurrección. Como genitivo subjetivo significa el Evangelio en el que Jesucristo, a través del Espíritu Santo, se hace salvíficamente presente en la Iglesia y en el mundo, como Señor, comunicándose a sí mismo. Por eso, evangelizar significa convertirse en instrumento de la presencia y acción de Cristo en el mundo, del Espíritu Santo. La evangelización solo es posible en la fuerza de lo alto, en la fuerza del Espíritu Santo (Lc 24,27-29; Hech 1,8). El Espíritu Santo guía la misión. Él es el que una y otra vez abre nuevas puertas (Hech 16,6-8; 2 Cor 2,12). Solo una Iglesia colmada del Espíritu Santo es capaz de ser misionera y evangelizadora.
Pero en esta etapa de la historia de la salvación el Espíritu de Jesucristo ha de luchar y vencer a tantos “malos espíritus” que tanto en las personas como en las instituciones se oponen al reinado de Dios. La comunidad del Espíritu se sabe, por ello, implicada en la lucha apocalíptica pero tiene la certeza de la victoria final.
La “nueva evangelización” no es solo para transmitir y para convertir, sino para anunciar lo que está aconteciendo: para revelar a todos la gran obra que está realizando el Espíritu de Jesús resucitado en la historia a pesar de tantos malos espíritus como se le oponen. Metanoia es, sobre todo, un cambio de mentalidad, de visión, de percepción de la realidad, que implica posteriormente una nueva forma de comportarse y ser.
La colaboración de la Iglesia en la “Missio Dei”, “missio Spiritus” se traduce en “evangelización” y “nueva evangelización”. La Iglesia es para la humanidad la extensión viviente de la Palabra de Dios, la experiencia humana de la Presencia sentida y celebrada de Dios, el Cuerpo de Jesucristo en el Espíritu. A partir de aquí, tiene sentido todo lo que el Instrumentum Laboris dice sobre la nueva evangelización y sus dimensiones. Porque sin este contexto, tendríamos el peligro de entender la nueva evangelización como una iniciativa y empresa de la Iglesia de nuestro tiempo, por lo tanto, voluntarista, pero no como la participación humilde en un gran acontecimeinto de gracia, en una maternidad que solo es posible “gracias al Espíritu”. Por eso, es muy acertada la afirmación del Instrumentum Laboris de que la nueva evangelización es, ante todo, una “cuestión espiritual” (IL, 158).
Esto no impide, sin embargo, que el Espíritu realice también su misión contando con tantos seres humanos, comunidades y realidades que expresan su energía renovadora e innovadora.
2. El discurso sobre Dios en nuestro tiempo
Gary Wolf ha hablado de un “nuevo ateísmo” en un artículo titulado “la Iglesia de los no-creyentes” en referencia a la reciente explosión de bestsellers en defensa del ateísmo. Estos autores defienden que el cristianismo provoca violencia en nombre de la fe, en quienes se adhieren a él. Basados en experiencias históricas, dicen que las enseñanzas de Jesús han llevado a la violencia: cruzadas, quema de herejes, justificación de la esclavitud, inquisición . Nos acusan a los cristianos de haber cometido muchos crímenes a lo largo de la historia en nombre de nuestro “monoteísmo”. Según ellos, habría dejado tras nosotros un “legado violento” a la cultura occidental (Regina Schwartz). Richard Dawkins se ha atrevido a decir que el cristianismo es una especie de “enfermedad mental” que nos catapulta a los creyentes en el camino de la violencia, por la cual nos hacemos daño a nosotros mismos y a los demás . La creencia en Dios se explicaría por nuestra biología y psicología .
En este contexto tenemos hoy que hablar de Dios. Hemos de repensar nuestra actitud ante los no-creyentes o no-cristianos que no comparten nuestra misma fe. Esto nos obliga a renuncia a perspectivas reduccionistas a la hora de comunicar nuestra fe y, sobre todo, a descubrir la no-violencia de nuestra fe. El verlo todo en clave de “blanco” o “negro” lleva a actitudes fundamentalistas. La fe nos lleva más bien a una sinfonía de voces y no a un unísono ortodoxo, a un pensamiento único. Hay que decir “¡no!” a las verdades estancadas. Por eso, la nueva evangelización, más que plantearse como “apología” o defensa, debe partir de la convicción de que Dios no necesita ser defendido; más bien tendemos a defendernos de él, de su incomprensibilidad, de su misterio, de su luz deslumbradora.
La pregunta por Dios nos plantea dificultades. Pero hemos de hacer planteamientos adecuados. El problema hoy no es demostrar que Dios existe. Lo decisivo es descubrir el misterio de Dios en el mundo y cómo acceder a ese misterio a través de la mistagogia. El Dios de Jesucristo se ha manifestado como “amigo de los hombres”. Dios actúa en el mundo. Ha enviado su Espíritu. La cuestión no es si Dios existe, sino cómo existe, cómo actúa, dónde se manifiesta
3.¿Un cristianismo que muere? ¿Más funerales que bautizos? El Occidente cristiano
No solo hay escasez de sacerdotes o de vocaciones religiosas. Lo más grave es la escasez de comunidades cristianas y la escasez de vocaciones al matrimonio y la familia, al laicado misionero. En Europa corremos el peligro de convertirnos en un continente poscristiano; en ser un espacio en el cual no haya sitio para Dios. A veces pensamos que otros son el problema. Quizá debamos pensar de una vez por todas que ¡nosotros mismos, los creyentes, somos el problema!
Pero ¿qué está pasando a Europa? Escribió el cardenal Kasper hace poco lo siguiente:
Con frecuencia su decepción con la Iglesia no responde tanto a una falta de sensibilidad por lo religioso de su parte; sino a que en esta institución muchas veces reciben piedras en lugar de pan espiritual”
En Europa nos encontramos con una realidad compleja, con muchos estratos. Es verdad que existe un secularismo fuerte, que se entremezcla con un interés nuevo por la espiritualidad y un abrumador altruismo o solidaridad en casos de catástrofes naturales, de ayuda a los necesitados.
A todo esto debe responder la “nueva evangelización” hoy. Nuestras comunidades, nuestras familias cristianas, nuestras parroquias, nuestras diócesis, han de preguntarse si no estamos demasiado acomodados, si no nos falta espíritu misionero, si no giramos demasiado en torno a nosotros mismos. Creo que no es exagerado decir que nos falta pasión misionera, deseos de crecer en vez de disminuir.
Para dar este salto hacia delante no necesitamos descalificar a los demás, mucho menos imponernos dentro de la misma Iglesia con nuestras ideas y pensamiento único.
La nueva Evangelización no consiste en anunciar “un nuevo evangelio”. Es hacer valer de nuevo el Evangelio en nuestra sociedad europea. No se trata de conquistar Europa para el Evangelio. Se trata de hacernos creíbles para que el Evangelio siga siendo creíble y necesario. Lo que importa es el Evangelio del Dios que se ha manifestado en Jesucristo para salvación nuestra y del mundo. Se trata de hablar de nuestro Dios de forma nueva, interpelante, enardecida. Se trata de suscitar de nuevo la fe, la esperanza, el amor.
4. Sobre los procesos iniciáticos
Hemos de ser conscientes del contexto pluricultural y pluri-religioso en el que nos encontramos. Por ello, el proceso iniciático no debe olvidar las influencias culturales que se dan en los catecúmenos o catequizados. Los catecúmenos delatan diferencias culturales notables y cada ve más. La acogida de tal variedad de catecúmenos ha de sentirse inspirada por dos grandes convicciones:
- El Espíritu Santo actúa y ha actuado e el camino personal de cada uno de ellos. Dios les ha ofrecido desde siempre su Alianza, que ha resonado en ellos o ellas de una u otra forma y que espera en ellos una respuesta. Los catequistas son únicamente colaboradores, humildes instrumentos de Jesús y de su Espíritu. Sólo Jesús es la puerta, el camino, la verdad, la vida.
- La diversidad de culturas en lugar de ser una dificultad debe ser una gran oportunidad para descubrir al otro, para suscitar la solidaridad en el nombre de Cristo, para crear la nueva humanidad reconciliada, que la Iglesia católica quiere expresar y ser.
La diversidad de lenguas y la dificultad de la traducción debe llevar a nuestras iglesias a contar con acompañantes capaces de hablar la lengua de los catecúmenos y hacerles fácil el proceso iniciático.
Los catecúmenos son muy sensibles ante el hecho de que la iglesia es iglesia mundial, y que ellos se hacen cristianos a través de los mismos sacramentos celebrados del mismo modo con los mismos pasos y etapas desde el tiempo de los apóstoles. Que se tata de una comunión universal entre todos los que buscan a Dios.
Y ¿qué decir de los adultos? Muchos abandonaron ya su fe de niños o de jóvenes. Sienten que ahora pierden el sentido de pertenencia y que su fe no se ha desarrollado con su entrada en la edad adulta. “Un niño que no crece no sigue siendo un niño sino que se convierte en un enano” . Lo mismo acontece con la fe: una fe que no crece, no sigue siendo una fe infantil, sino una fe atrofiada. ¿Qué hacemos con los adultos de fe atrofiada?
Debería ser la norma del ministerio pastoral, la preocupación central. ¿Existen programas serios para adultos? ¿Hay gente formada para ofrecer catequesis para adultos? La mayoría de los adultos no participan ya en la vida de la Iglesia y frecuentemente se vuelven indiferentes a ella.
¿Qué hacer para que la fe del adulto madure? El Espíritu Santo revela a Jesús. Jesús es proclamado cuando el Espíritu Santo entre en el corazón que está abierto a él.
5. Ante la crisis de credibilidad “la diaconía de la caridad” como motor de la misión
La crisis de credibilidad de la Iglesia y, con ello, la debilidad de su misión en la sociedad actual, es un hecho constatable. Hay encuestas que nos dicen que la gente no pone su confianza en la Iglesia de las verdades, de la ortodoxia. En cambio, sí que suscitan confianza las instituciones eclesiales dedicadas a la “diaconía de la caridad”. Da la impresión de que la diaconía de la fe es distinta de la diaconía de la caridad.
La nueva evangelización debe hacer ver que se trata de una sola diaconía con dos vertientes. Más todavía: ¿no debería ser la diaconía de la caridad el motor de la misión, la portadora de la visión? ¿No será la diaconía de la caridad el lugar donde se enseña prácticamente el mensaje cristiano? La “Caritas” se convierte así en una auténtica perspectiva teológica, una clave para entender nuestra fe y nuestra moral. Pero ¿es la caridad el elemento central de nuestra visión y misión?
La comunidad eclesial debería ser un espacio donde “Jesús es experimentable en nuestro tiempo”. Si somos su cuerpo y Él es la cabeza (Col 1,18), Jesús debería ser experimentable en nosotros. Su misión debería transparentarse en la nuestra. Y la misión de Jesús era, sobre todo, diaconía de amor hacia los más necesitados: “he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10,10). La diaconía de la fe debe ser de aquella “fe que actúa en la caridad” (Gal 5,6). Las obras de misericordia y de justicia hacen creíble la vida y el mensaje (Mt 24,1 – 25,46).
Hace creíble al testigo su capacidad de gratuidad: “lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis”. La caridad de Jesús no tiene fronteras, por eso es misionera, incluyente, dialogante . En el ámbito de la diaconía de la caridad ocupa un lugar muy especial la atención misionera al mundo del dolor, de la enfermedad, del sufrimiento. Si en otro tiempo la misión cristiana con relación a los enfermos tenía como gran objetivo enseñarles y acompañarse en el “ars moriendi”, preparación para la muerte; hoy la perspectiva que nos desafía es la del “ars curandi” .
Esto quiere decir que el proyecto de evangelización no debe confundirse con un proyecto de ideologización, de politización o secularización, ni tampoco con el llamado “sueño de Compostela”, el proselitismo eclesial. No pocas veces nos hemos centrado sólo en la transmisión de un sistema teológico de ideas, hemos querido indoctrinar, ofrecer a los demás la doctrina de la Iglesia. Las crisis de fe en nuestro tiempo tienen frecuentemente un causa en una respuesta inapropiada a los desafíos que se nos plantean. Como un síntoma de esa crisis, vemos cómo emergen nuevos movimientos espirituales bajo forma de una espiritualidad ecléctica e informal, que entran en competitividad con las religiones institucionalizadas.
Lo que nos hace creíbles como evangelizadores es nuestra forma de vivir y actuar desde la caridad cristiana, pero también nuestro diálogo maduro, auténtico, inspirado, optimista y lleno de confianza en el personalismo y en la libertad .
El testigo no solo habla con la boca, sino con la vida entera y está dispuesto a que su testimonio, si es necesario le cueste algo; en el caso extremo, incluso su vida.
6. La familia: el gran desafío de la nueva evangelización
Una especial importancia en la nueva evangelización tiene la familia. El Instrumentum Laboris sólo apunta a la familia como educadora, ante todo, en la oración, como inicio de la educación en la fe y el testimonio creíble de los padres.
El reciente magisterio de la Iglesia ha abordado el tema de la familia y ha mostrado interesantes progresos en él. Juan Pablo II dedicó a la familia importantes escritos: Evangelium Vitae, Familiaris Consortio, Carta a las Familias . También los obispos de los EEUU escribieron una interesantísima declaración titulada “Follow the way of love”. Es verdad que Juan Pablo II presenta una cierta idealización de la familia: se centra en la familia nuclear y probablemente pocas familias pueden verse reflejadas en la imagen ideal que el Papa ofrecía. La familia debe ser entendida como un largo proceso que dura toda la vida: un proceso de conversión, debilidad, pecado, reincidencia, maduración personal que asume el pecado, la falta el perdón, la reconciliación. En este sentido, la declaración de los Obispos norteamericanos ofrece recomendaciones mucho más cercanas a la realidad de las familias.
Pero queda por hacerse toda una reflexión sobre la familia como Iglesia doméstica, lugar ecuménico, espacio donde el Espíritu actúa más por la transmisión del amor que de un pensamiento único. La eclesiología ha de incluir más en serio dentro de su propio esquema la Iglesia doméstica. Con todo, hay una pregunta pendiente: ¿se identifica la Iglesia doméstica con la familia cristiana sin más? El verdadero fundamento de la Iglesia doméstica ¿es el sacramento del matrimonio o el sacramento del bautismo? El bautismo confiere a los cristianos adultos la potestad de educar a sus hijos, de evangelizar a los niños que tienen bajo su cuidado. Cada bautizado tiene una historia que contar, enlazada de gracia, de pecado y de perdón. Probablemente tendríamos que abogar por una ampliación y extensión del concepto de hogar o familia (madres no casadas, abandonadas, niños educados por los abuelos o que viven en hogares monoparentales). La familia, a pesar de sus imperfecciones o límites, o sus diversas configuraciones, es la célula fundamental de la Iglesia. Necesita un status eclesial peculiar: “donde dos o tres estáis reunidos en mi nombre, La familia es un lugar ecuménico, abierto al otro, al diferente. La familia cristiana funciona como un sacramento, un “sacramento básico”. La familia es un acontecimiento católico de apertura al otro y acogida del otro tal como es. La dinámica de la familia se vuelve icono de lo que es y debe ser la Iglesia. Las familias son escuelas de caridad.
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